La investigación científica y teoría e hipótesis
¿Cuál es el método de la
ciencia?
Mario Bunge
1.
La ciencia, conocimiento
verificable.
En su deliciosa biografía del Dante (ca. 1360), Boccaccio[1]
expuso su opinión -que no viene al caso- acerca del origen de la palabra
“poesía”, concluyendo con este comentario: “otros lo atribuyen a razones
diferentes, acaso aceptables; pero ésta me gusta más”. El novelista aplicaba al
conocimiento acerca de la poesía y de su nombre, el mismo criterio que podría
usarse para apreciar la poesía misma: el gusto. Confundía así valores situados
en niveles diferentes: el estético, perteneciente a la esfera de la
sensibilidad, y el gnoseológico que no obstante estar enraizado en la
sensibilidad está enriquecido con una cualidad emergente: la razón. Semejante
confusión no es exclusiva de poetas: incluso Hume, en una obra célebre por su
critica mortífera de varios dogmas tradicionales, escogió el gusto como
criterio de verdad. En su Treatise of Human Nature (1739) puede leerse:[2]
“No es sólo en poesía y en música que debemos seguir nuestro gusto, sino
también en la filosofía (que en aquella época incluía habitualmente a la
ciencia). Cuando estoy convencido de algún principio, no es sino una idea que
me golpea (strikes) con mayor fuerza. Cuando prefiero un conjunto de argumentos
por sobre otros, no hago sino decidir, sobre la base de mi sentimiento, acerca
de la superioridad de su influencia”. El subjetivismo era así la playa en que
se desembarca la teoría psicologista de las “ideas” inaugurada por el empirismo
de Locke.
El recurso al gusto no era, por supuesto, peor que el argumento de
autoridad, criterio de verdad que ha mantenido enjaulado al pensamiento durante
tanto tiempo y con tanta eficacia. Desgraciadamente, la mayoría de la gente, y
hasta la mayoría de los filósofos aún creen -u obran como si creyeran-que la
manera correcta de decidir el valor de la verdad de un enunciado, es someterlo
a la prueba de algún texto; es un enunciado, es someterlo a la prueba de algún
texto: es decir, verificar si es compatible con (o deducible de) frases más o
menos célebres tenidas por verdades eternas, o sea, principios infalibles de
alguna escuela de pensamiento.
En efecto, son demasiados los argumentos filosóficos que se ajustan
al siguiente molde: “x está equivocado, porque lo que dice contradice lo que
escribió el maestro y “ o bien: “el x-ismo es falso, porque sus tesis son
incompatibles con las proposiciones fundamentales del y-ismo”. Los
dogmáticos-antiguos y modernos, fuera y dentro de la profesión científica,
maliciosos o no-obran de esta manera aun cuando no desean convalidar creencias
que simplemente no pueden ser
comprobadas, sea empíricamente, sea racionalmente. Porque “dogma” es,
por definición, toda opinión no confirmada de la que no se exige verificación
porque se la supone verdadera y, más aún, se la supone fuente de verdades
ordinarias.
Otro criterio de verdad igualmente difundido ha sido la evidencia.
Según esta opinión, verdadera es aquello que parece aceptable a primera vista, sin
examen ulterior: aquello, en suma, que se intuye. Así, Aristóteles3 afirmaba que la intuición
“aprehende las premisas primarias” de todo discurso, y es por ello “la fuente
que origina el conocimiento científico”. No sólo Bergson, Husserl y muchos
otros intuicionistas e irracionalistas han compartido la opinión de que las
esencias pueden detenerse sin más: también el racionalismo ingenuo, tal como el
que sostenía Descartes, afirma que hay principios evidentes que, lejos de tener
que someterse a prueba alguna, son la piedra de toque de toda otra proposición,
sea formal o fáctica.
Finalmente, otros han favorecido las “verdades vitales” (o las
“mentiras vitales”), esto es, las afirmaciones que se creen o no por
conveniencia, independientemente de su fundamento racional y/o empírico. Es el
caso de Nietzsche y los pragmatistas posteriores, todos los cuales han
exagerado el indudable valor instrumental del conocimiento fáctico, al punto de
afirmar que “la posesión de la verdad, lejos de ser (..) un fin en sí, es sólo
un medio preliminar para alcanzar otras satisfacciones vitales”,4 de donde “verdadero” es sinónimo de
“util”.
Pregúntese a un científico si cree que tiene derecho a suscribir una
afirmación en el campo de la ciencia tan sólo porque le guste, o porque la
considere un dogma inexpugnable, porque a él le parezca evidente, o porque la
encuentre conveniente.
Probablemente consiste más o menos así:
ninguno de esos presuntos criterios de verdad garantizan la objetividad, y el
conocimiento objetivo es la finalidad de la investigación científica. Lo que se
acepta sólo por gusto, o por autoridad, o por parecer evidente (habitual), o
por conveniencia, no es sino creencia u opinión, pero no es conocimiento
científico. El conocimiento científico es a veces desagradable, a menudo
contradice a los clásicos (sobre todo si es nuevo), en ocasiones tortura al
sentido común y humilla a la intuición; por ultimo, puede ser conveniente para
algunos y no para otros.
En cambio, aquello que caracteriza al
conocimiento científico es su verificabilidad: siempre es susceptible de ser
verificado (confirmado o disconfirmado).
2.
Veracidad y
verificabilidad
Obsérvese que no pretendemos que el
conocimiento científico, por contraste con el ordinario, el tecnológico o el
filosófico, sea verdadero. Ciertamente lo es con frecuencia, y siempre intenta
serla más y más. Pero la veracidad, que es un objetivo, no caracteriza el
conocimiento científico de manera tan inequívoca como el modo, medio o método
por el cual la investigación científica plantea problemas y pone a prueba las
soluciones propuestas.
En ocasiones, puede alcanzarse una verdad con sólo consultar un
texto. Los propios científicos recurren a menudo a un argumento de autoridad
atenuada: lo hacen siempre que emplean datos (empíricos o formales) obtenidos
por otros investigadores-cosas que no pueden dejar de hacer, pues la ciencia
moderna es, cada vez más una empresa social. Pero, por grande que sea la
autoridad que se atribuye a una fuente, jamás se le considera infalible: si se
aceptan sus datos, es sólo provisionalmente y porque se presume que han sido
obtenidos con procedimientos que concuerdan con el método científico, de manera
que son reproducibles por quienquiera que se disponga a aplicar tales
procedimientos. En otras palabras; un dato será considerado verdadero hasta
cierto punto, siempre que pueda ser confirmado de manera compatible con los
cánones del método científico.
En consecuencia, para que un trozo del saber merezca ser llamado
“científico”, no basta-ni siquiera es necesario-que sea verdadero. Debemos
saber, en cambio, cómo hemos llegado a saber, o a presumir, que el enunciado en
cuestión es verdadero: debemos ser capaces de enumerar las operaciones
(empíricas o racionales) por los cuales es verificable (confirmable o
disconfirmable) de una manera objetiva al menos en principio. Esta no es sino
una cuestión de nombre: quienes no
deseen que se exija la verificabilidad del conocimiento deben abstenerse
de llamar “científicas” a sus propias creencias, aun cuando lleven nombres
bonitos compuestos con raíces griegas. Se les invita cortésmente a bautizarlas
con nombres más impresionantes, tales como “reveladas”, “evidentes”,
“absolutas”, “vitales”, “necesarias para la salud del Estado”, “indispensables
para la victoria del Partido”, etc.
Ahora bien, para verificar un enunciado -porque las proposiciones, y
no los hechos, son verdaderas o falsas y pueden por consiguiente, ser
verificadas-no bastan la contemplación y ni siquiera el análisis. Comprobamos
nuestras afirmaciones confrontándolas con otros enunciados. El enunciado
confirmatorio (o disconfirmatorio), que puede llamarse el verificans, dependerá
del conocimiento disponible y de la naturaleza de la proposición dada, la que
puede llamarse verificandum. Los enunciados confirmatorios serán enunciados
referentes a la experiencia si lo que se somete a prueba es una afirmación
fáctica, esto es, un enunciado acerca de los hechos, sean experimentados o no.
Observemos, de pasada, que el científico tiene todo el derecho de especular
acerca de hechos inexperienciales, esto es, hechos que en una etapa dada del
desarrollo del conocimiento están más allá del alcance de la experiencia
humana; pero entonces está obligado a señalar las experiencias que permiten
inferir tales hechos inobservables; vale decir, tiene la obligación de anclar
sus enunciados fácticos en experiencias conectadas de alguna manera con los
hechos transempírico que supone. Baste recordar la historia de unos pocos
inobservables distinguidos: la otra cara de La Luna, las ondas luminosas, los
átomos, la conciencia, la lucha de clases y la opinión pública.
En cambio, si lo que se ha verificado
no es una proposición referente al mundo exterior, sino un enunciado acerca del
comportamiento de signos (tal como, p. ej., ‘2+3-5’), entonces los enunciados
confirmatorios serán definiciones, axiomas, y reglas que se adoptan por una
razón cualquiera (por ejemplo, porque son fecundas en la organización de los
conceptos disponibles y en la elaboración de nuevos conceptos). En efecto, la
verificación de afirmaciones pertenecientes al dominio de las formas lógica y
matemática no requiere otro instrumento material que el cerebro; sólo la verdad
fáctica-como en el caso de “la Tierra es redonda”-requiere la observación o el
experimento.
Resumiendo: la verificación de
enunciados formales sólo incluye operaciones racionales, en tanto que las
proposiciones que comunican información acerca de la naturaleza o de la
sociedad han de ponerse a prueba por ciertos procedimientos empíricos, tales
como el recuento o la medición. Pues, aunque el conocimiento de los hechos no
proviene de la experiencia pura-por ser la teoría un componente indispensable
no de la recolección de informaciones fácticas-no hay otra manera de verificar
nuestras sospechas que recurrir a la experiencia, tanto “pasiva” como activa.
3. Las
proposiciones generales verificables: hipótesis científicas
La
descripción que antecede satisfará, probablemente a cualquier científico
contemporáneo que reflexione sobre su propia actividad. Pero no resolverá la
cuestión para el metacientifico o epistemologo, para quien los procedimientos
las normas y a veces hasta los resultados de las ciencias son otros tantos
problemas. En efecto, el metacientifico no puede dejar de preguntarse cuáles son
las afirmaciones verificables, cómo se llega a afirmarlas, cómo se las
comprueba, y en qué condiciones puede decirse que han sido confirmadas.
Tratemos de esbozar una respuesta a estas preguntas.
En primer lugar, si hemos de tratar el
problema de la verificación, debemos averiguar qué se puede verificar, ya que
no toda afirmación-ni siquiera toda afirmación significativa-es verificable.
Así por ejemplo, las definiciones nominales tales como “América es el
continente situado al oeste de Europa”-se aceptan o rechazan sobre la base del
gusto, de la conveniencia, etc., pero no pueden verificarse, y ello simplemente
porque no son verdaderas ni falsas. Por ejemplo, si convenimos en llamar
“norte-sur”a la dirección que normalmente toma la guja de una brújula,
semejante nombre puede gustarnos o no, pero es inverificable: no es sino un
nombre, no se funda sobre elementos de prueba alguno, y ninguna operación
podría confirmarlo o disconfirmarlo. En cambio, lo que puede confirmarse o
disconfirmarse es una afirmación fáctica que contenga a ese término, tal como
“la 5a Avenida corre de sur a norte”. La verificación de esta afirmación es
posible, y puede hacerse con ayuda de una brújula.
No sólo las definiciones nominales,
sino también las afirmaciones acerca de fenómenos sobrenaturales son
verificables, puesto que por definición trascienden todo cuanto está a nuestro
alcance, y no se las puede poner a prueba con ayuda de la lógica ni de la
matemática. Las afirmaciones acerca de la sobrenaturaleza son inverificables no
porque se refieran a hechos-pues a veces pretenden hacerlo-, sino porque no se
dispone de método alguno mediante el cual se podrá decir cuál es su valor de
verdad. En cambio, muchas de ellas son perfectamente significativas para quién
se tome el trabajo de ubicarlas en su contexto sin pretender reducirlas por
ejemplo, a conceptos científicos. La verificación torna más exacto el
significado pero no produce significado alguno. Más bien al contrario, la
posesión de un significado determinado es una condición necesaria para que una
proposición sea verificable. Pues ¿cómo habríamos de disponernos a comprobar lo
que no entendemos?
Ahora bien, los enunciados verificables
son de muchas clases. Hay proposiciones singulares, tales como “Este trozo de
hierro está caliente”; particulares o existenciales, tales como “Algunos trozos
de hierro están calientes”, proposiciones universales como “Todos los trozos de
hierro están calientes”(que es verificablemente falsa). Hay, además, enunciados
de leyes, tales como “Todos los metales se dilatan con el calor” (o mejor.
“Para todo x, si x es un trozo de metal que se calienta, entonces x se
dilata”). Las proposiciones singulares y particulares pueden verificarse a
menudo de manera inmediata, con la sola ayuda de los sentidos o, eventualmente,
con el auxilio de instrumentos que amplíen su alcance; pero por otras veces
exigen operaciones complejas que implican enunciados de leyes y cálculos
matemáticos como en el caso de “La distancia media entre la Tierra y el Sol es
de unos 1.5 millones de kilómetros”.
Cuando un enunciado verificable posee
un grado de generalidad suficiente, habitualmente se lo llama hipótesis
científica. O, lo que es equivalente, cuando una proposición general
(particular o universal) puede verificarse sólo de manera indirecta-esto es,
por el examen de algunas de sus consecuencias-es conveniente llamarla
“hipótesis científica”. Por ejemplo, “Todos los trozos de hierro se dilatan con
el calor”, son hipótesis científicas: son puntos de partida de raciocinio y, por
ser generales sólo pueden ser confirmados poniendo a prueba sus consecuencias
particulares, esto es, probando enunciados referentes a muestras especificas de
metal.
Solía creerse que el discurso
científico no incluye elementos hipotéticos sino tan sólo hechos y, sobre todo,
lo que en inglés se denomina hard facts. Ahora se comprende que el núcleo de la
teoría es un conjunto de hipótesis verificables. Las hipótesis científicas son,
por una parte, remates de cadenas inferenciales no demostrativas (analógicas o
inductivas) más o menos oscura; por otra parte, son puntos de partida de
evadenas, deductivas cuyos últimos eslabones-los más próximos a los sentidos,
en el caso de la ciencia fáctica-deben pasar la prueba de la experiencia.
Más aún: habitualmente se concuerda en
que debiera llamarse “Hipótesis” no solo a las conjeturas de ensayo, sino
también a las suposiciones razonablemente confirmadas o establecidas pues
probablemente no hay enunciados fácticos generales perfectos. La experiencia ha
sugerido adoptar este sentido de la palabra “hipótesis”. Considérese, por
ejemplo, la ley de Newton de la gravedad, que ha sido confirmada en casi todos
los casos con una precisión. Tenemos dos razones para llamarla “hipótesis”:La
primera es que ha pasado la prueba sólo un número finito de veces, la segunda
es que hemos terminado por aprender que incluso ese célebre enunciado de ley es
tan sólo una primera aproximación de un enunciado más exacto incluido en la
teoría general de la relatividad, que tampoco es probable que sea definitiva.
4. El método
científico ¿ars inveniendi?
Hemos convenido en que un enunciado fáctico general susceptible de
ser verificado puede llamarse “hipótesis”, lo que suena más respetable que
corazonada, sospecha, conjetura, suposición o presunción, y es también más
adecuado que estos términos, ya que la etimología de “hipótesis” es punto de
partida, que ciertamente lo es una vez que se ha dado con ella. Abordemos ahora
el segundo problema que nos propusimos, a saber ¿existe una técnica infalible
para inventar hipótesis científicas que sean probablemente verdaderas? En otras
palabras: ¿existe un método, en el sentido cartesiano de conjunto de “reglas
ciertas y fáciles” que nos conduzca a enunciar verdades lácticas de gran
extensión.
Muchos hombres, en el curso de muchos siglos, han creído en la
posibilidad de descubrir la técnica del descubrimiento, y de inventar la
técnica de la invención. Fue fácil bautizar al niño no nacido, y se lo hizo con
el hombre de ars inveniendi. Pero semejante arte jamás fue inventado. Lo que es
más podría argüirse que jamás se lo inventará, a menos que se modifique
radicalmente la definición de “ciencia”; en efecto, el conocimiento científico,
por oposición a la sabiduría revelada, es esencialmente factible, esto es,
susceptible de ser parcial o aun totalmente refutado. La falibilidad del
conocimiento científico, y por consiguiente la imposibilidad de establecer
reglas de oro que nos conduzcan directamente a verdades finales, no es sino el
complemento de aquella verificabilidad que habíamos encontrado en el núcleo de
la ciencia.
Vale decir, no hay reglas infalibles
que garanticen por su anticipado el descubrimiento de nuevos hechos y la
invención de nuevas teorías, asegurando así la fecundidad de la investigación
científica: la certidumbre debe buscarse tan solo en las ciencias
formales.¿Significa esto que la investigación científica es errática e ilegal,
y por consiguiente que los científicos lo esperan todo de la intuición o de la
iluminación? Tal es la moraleja que algunos científicos y filósofos eminentes
han extraído de leyes que nos aseguren contra la infertilidad y el error. Por
ejemplo, Bridgman-el expositor del operacionismo-ha negado la existencia del
método científico, sosteniendo que “la ciencia es lo que hacen los científicos,
y hay tantos métodos científicos como hombres de ciencia”5
Es verdad que en ciencia no hay caminos
reales; que la investigación se abre camino en la selva de los hechos, y que
los científicos sobresalientes elaboran su propio estilo de pesquisa. Sin
embargo, esto no debe hacernos desesperar de la posibilidad de descubrir
pautas, normalmente satisfactorias, de plantear problemas y poner a prueba
hipótesis. Los científicos que van en pos de la verdad no se comportan ni como
soldados que cumplen obedientemente las reglas de la ordenanza (opiniones de
Bacon y Descartes) , ni como los caballeros de Mark Twain, que cabalgaban en
cualquier dirección para llegar a Tierra Santa (opinión de Bridgman). No hay
avenida hechas en ciencia, pero hay en cambio una brújula mediante la cual a
menudo es posible estimar si se está sobre una huella promisoria. Esta brújula
es el método científico que no produce automáticamente el saber, pero que nos
evita perdernos en el caos aparente de los fenómenos, aunque sólo sea porque
nos indica cómo no plantear los problemas y cómo no sucumbir al embrujo de
nuestros prejuicios predilectos.
La investigación no es errática sino
metódica, sólo que no hay una sola manera de sugerir hipótesis, sino muchas
maneras: las hipótesis no se nos imponen por la fuerza de los hechos, sino que
son inventadas para dar cuenta de los hechos. Es verdad que la invención no es
ilegal, sino que sigue ciertas pautas; pero éstas son psicológicas antes que
lógicas, son peculiares de los diversos tipos intelectuales, y por añadidura la
conocemos poco porque apenas se las investiga. Hay, ciertamente, reglas que
facilitan la invención científica, y en especial la formulación de hipótesis;
entre ellas figuran las siguientes: el sistemático reordenamiento de los datos,
la supresión imaginaria de factores con el fin de descubrir las variables
relevantes, el obstinado cambio de representación en busca de analogías
fructíferas. Sin embargo, las reglas que favorecen o entorpecen el trabajo
científico no son de oro sino plásticas; más aún, el investigador rara vez
tiene conciencia del camino que ha tomado par formular sus hipótesis. Por esto
la investigación científica puede planearse a grandes líneas y no en detalle, y
aún menos puede ser reglamenta.
Algunas hipótesis se formulan por vía inductiva, esto es, como
generalizaciones sobre la base de la observación de un puñado de casos
particulares. Pero la inducción dista de ser la única o siquiera la principal
de las vías que conducen a formular enunciados generales verificables. Otras
veces, el científico opera por analogía; por ejemplo, la teoría ondulatoria de
la luz le fue sugerida a Huyghens (1690) por una comparación con las olas”.6 En algunos caûheurístico esúemática;
así, por ejemplo, Maxwell (1873) predijo la existncia de ondas
electromagnéticas sobre la base de una analogía formal entre sus ecuaciones del
campo y la conocida ecuación de las ondas elasticas.7
Ocasionalmente, el investigador es guiado por consideraciones
filosóficas, así fue como procedió Oersted (1820); buscó deliberadamente una
conexión entre la electricidad y el magnetismo, obrando sobre la base de la
convicción a priori de que la estructura de todo cuanto existe es polar, y que
todas las “fuerza” de la naturaleza están conectadas orgánicamente entre sí.8 La convicción filosófica de que la
complejidad de la naturaleza es ilimitada le llevó a Bohm a especular sobre un
nivel subcuantico, fundándose en una analogía con el movimiento browniano
clásico.9 Ni siquiera la fantasía teológica de
contribuir, aunque por cierto en mínima medida; recuerdese el principio de la
mínima accion de Maupertuis (1747), formulado en la creencia de que el Creador
lo había dispuesto todo de la manera más económica posible.
A las hipótesis científicas se llega, en suma, de muchas maneras;
hay muchos principios heuristicos, y el único invariante es el requisito de
verificabilidad. La analogía y la deducción de suposiciones extracientificas
(p. ej. filosóficas) proveen puntos de partida que deben ser elaborados y
probados.
5. El método
científico, técnica de planteo y comprobación
Los
especialistas científicos habitualmente no se interesan por el problema de la
génesis de la hipótesis científicas, esta cuestión es de competencia de las
diversas ciencias de la ciencia. El proceso que conduce a la enunciación de una
hipótesis científica puede estudiarse en diversos niveles; el lógico, el
psicológico y el sociológico. El lógico se interesará por la inferencia
plausible como conexión inversa (no deductiva) entre proposiciones singulares y
generales. El psicólogo investigará la etapa de la “iluminación” o relámpago en
el proceso de la resolución de los problemas, etapa en que se produce la
síntesis de elementos anteriormente inconexos, también se propondrá estudiar
fenómenos tales como los estímulos e inhibiciones que caracterizan al trabajo
en equipo. El sociólogo inquirirá por qué determinada estructura social
favorece ciertas clases de hipótesis mientras desalienta a otra.
El metodologo, en cambio, no se ocupará
de la génesis de las hipótesis, sino del planteo de los problemas que las
intentan resolver, y de su comprobación. El origen del nexo entre el planteo y
la comprobación-esto es, el surgimiento de la hipótesis-se lo deja a otros
especialistas. El motivo es, nuevamente, una cuestión de nombre: lo que hoy se
llama “método científico” no es ya una lista de recetas para dar con las
respuestas correctas a las preguntas científicas, sino el conjunto de
procedimientos por los cuales a) se plantean los problemas científicos y b) se
ponen a prueba las hipótesis científicas.
El estudio del método científico es,
una palabra, la teoría de la investigación. Esta teoría es descriptiva en la
medida en que descubre pautas en la investigación científica ( y aquí
interviene la historia de la ciencia, como proveedora de ejemplos). La
metodología es normativa en la medida en que muestra cuáles son las reglas del
procedimiento que pueden aumentar la probabilidad de que el trabajo sea
fecundo. Pero las reglas discernibles en la practica científica exitosa son
perceptibles: no son cánones intocables porque no garantizan la obtención de la
verdad; pero, en cambio, facilitan la detección de errores.
Si la hipótesis que ha de ser puesta a
prueba se refiere a objetos ideales (números, funciones, figuras, fórmulas
lógicas, suposiciones filosóficas, etc) su verificación consistirá en la prueba
de su coherencia-o incoherencia-con enunciados (postulados, definiciones, etc)
previamente aceptados. En este caso, la confirmación puede ser una demostración
definitiva. En cambio, si el enunciado en cuestión se refiere (de manera
significativa) a la naturaleza o la sociedad, puede ocurrir, o bien que podamos
averiguar su valor de verdad con la sola ayuda de la razón, o que debamos
recurrir, además a la experiencia.
El análisis lógico basta cuando el
enunciado que se pone a prueba es de alguno de los siguientes tipos: a) una
simple tautología, o sea, un enunciado verdadero en virtud de su sola forma,
independientemente de su contenido (como en el caso de “El agua moja o no
moja”); b) una definición o equivalencia entre dos grupos de términos (como en
el caso de “Los seres vivos se alimentan, crecen y se reproducen”); c) una
consecuencia de enunciados fácticos que poseen una extensión o alcance mayor
(como ocurre cuando se reduce el “principio” de la palanca, de la ley de
conservación de la energía).Vale decir el análisis lógico y matemático
comprobará la validez de los enunciados (hipótesis) que son analíticos en
determinado contexto. Muchos enunciados no son intrínsicamente analíticos: su
analiticidad es relativa o contextual, como lo demuestra el hecho de que esta
propiedad puede perderse si se estrecha o amplia el contexto, o si se reagrupan
los enunciados de la teoría correspondiente, de manera tal que los antiguos
teoremas se conviertan en postulados y viceversa.
Vale decir, la manera referencia a los
hechos no basta para decidir qué herramienta, si el análisis o la experiencia,
ha de ampliarse para convalidar una proposición: hay que empezar por determinar
su status y estructura lógica. En consecuencia, el análisis lógico (tanto
sintatico como semántico) es la primera operación que debiera emprenderse al
comprobar las hipótesis científicas, sean lácticas o no. Esta norma debiera
considerarse como una regla del método científico.
Los enunciados fácticos no
analíticos-esto es, las proposiciones referentes a hechos pero indecibles con
la sola ayuda de la lógica-tendrán que concordar con los datos empíricos o
adaptarse a ellos. Esta norma, que distaba de ser obvia antes del siglo VXII, y
que contradice tanto el apriorismo escolástico como el racionalismo cartesiano,
es la segunda regla del método científico. Podemos enunciarla de la siguiente
manera: el método científico, aplicado a la comprobación de afirmaciones, se
reduce al método experimental.
6. El método
experimental
La
experiencia involucra la modificación deliberada de algunos factores, es decir,
la sujeción del objeto de experimentación a estímulos controlados. Pero lo que
habitualmente se llama “método experimental” no envuelve necesariamente
experimentos en el sentido estricto del termino, y puede aplicarse fuera del
laboratorio. Así, por ejemplo, la astronomía no-experiencia con cuerpos
celestes (por el momento) pero es una ciencia empírica porque aplica el método
experimental. En lugar de elaborar una definición de este termino, veamos cómo
funcionó en un caso famoso tan conocido que casi siempre se lo entiende mal.
Adams
y Le Verrier descubrieron el planeta Neptuno procediendo de una manera que es
típica de la ciencia moderna. Sin embargo, no ejecutaron un solo experimento;
ni siquiera partieron de “hechos sólidos”. En efecto, el problema que se
plantearon fue el de expresar ciertas irregularidades halladas en el movimiento
de los planetas exteriores (a la Tierra); pero estas irregularidades no eran
fenómenos observables: consistían en discrepancias entre las orbitas observadas
y las calculadas. El hecho que debían explicar no era un conjunto de datos de
los sentidos, sino un conflicto entre datos empíricos y consecuencias reducidas
de los principios de la mecánica celeste.
La
hipótesis que propusieron para explicar la discrepancia fue que un planeta
transuriano inobservable perturbaba el movimiento de los planetas exteriores
entonces conocidos. También podrían haber imaginado que la ley de Newton de la
gravitación falla a grandes distancias, pero esto era apenas conceptible en una
época en que la Weltanschauung prevaleciente entre los científicos incluía una
fe dogmática en la física newtoniana. De esta hipótesis, unida a los principios
aceptados de la mecánica celeste y ciertas suposiciones especificas
(referentes, entre otras, al plano de la orbita), Adams y Le Verrier dedujeron
consecuencias observables con la sola ayuda de la lógica y de la matemática:
predijeron el lugar en que se encontraría el “nuevo” planeta en tal y cual
noche. La observación del cielo y el descubrimiento del planeta en el lugar y
el momento predichos no fueron sino el último eslabón de un largo proceso por
el cual se probaron conjuntamente varias hipótesis.
No
es fácil decidir si una hipótesis concuerda con los hechos. En primer lugar, la
verificación empírica rara vez puede determinar cuál de los componentes de una
teoría dada ha sido confirmado o disconfirmado habitualmente se prueban
sistemas de proposiciones antes que enunciados aislados. Pero la principal
dificultad proviene de la generalidad de las hipótesis científicas. La
hipótesis de Adam y Le Verrier era general, aun cuando ello no es aparente a
primera vista: tácitamente habían supuesto que el planeta existía en todo
momento dentro de un largo lapso, y comprobaron la hipótesis tan solo para unos
pocos breves intervalos de tiempo. En cambio, las proposiciones lácticas
singulares no son tan difíciles de probar. Así, p. ej., no es difícil comprobar
si “El Sr. Pérez que es obeso, es cardiaco”; basta una balanza y un
estetoscopio. Lo difícil de comprobar son las proposiciones lácticas generales,
esto es, los enunciados referentes a clases de hechos y no a hechos singulares.
La razón es sencilla: no hay hechos generales, sino tan sólo hechos singulares;
por consiguiente, la frase “adecuación de las ideas a los hechos” está fuera de
la cuestión en lo que se respecta a las hipótesis científicas.
Suponemos
que se sugiere la hipótesis “Los obesos son cardiacos”, sea por la observación
de cierto numero de correlaciones entre la obesidad y las enfermedades del
corazón (esto es, por inducción estadística), sea sobre la base del estudio de
la función del corazón en la circulación (esto es por deducción). El enunciado
general “Los obesos son cardiacos” no se refiere solamente a nuestros
conocidos, sino a todos los gordos del mundo; por consiguiente, no podemos
esperar verificarlo directamente (esto es, por el examen de un inexistente
“gordo general”) ni exhaustivamente
(auscultando a todos los seres humanos presentes, pasados y futuros). La
metodología nos dice como debemos proceder, en este caso, examinaremos
sucesivamente numerosas personas obesas. Vale decir, probamos una consecuencia
particular de nuestra suposición general. Esta es una tercera máxima del método
científico: Obsérvense singulares en busca de elementos de prueba de
universales.
Hasta
aquí todo parece sencillo; pero los
problemas relacionados con la prueba real distan de ser triviales, y algunos de
ellos no han sido resueltos satisfactoriamente. Debemos recurrir a las técnicas
del planteo de problemas de este tipo, es decir, a las técnicas de diseño de
los procedimientos empíricos adecuados. Esta técnica nos aconseja comenzar por
decidir lo que hemos de entender por “obeso” y por “cardiaco” lo que no es en
modo alguno tarea sencilla, ya que el umbral de obesidad es en gran medida
convencional. O sea debemos empezar por determinar el exacto sentido de nuestra
pregunta. Y ésta es una cuarta regla del método científico, a saber: Formúlese
preguntas precisas.
Luego
procederemos a elegir la técnica experimental (clase de balanza, tipo de examen de corazón, etc) y la manera de
registrar datos y de ordenarlos. Además, debemos decidir el tamaño de la
muestra que habremos de observar y la técnica de escoger sus miembros, con el
fin de asegurar que será una fiel representante de la población total. Sólo una
vez realizadas estas operaciones preliminares podremos visitar al señor Pérez y
a los demás miembros de la muestra, con el fin de reunir datos. Y aquí se nos
muestra una quinta regla el método científico. La recolección y el análisis de
datos deben hacerse conforme a las reglas de la estadística.
Después
que los datos han sido reunidos, clasificados y analizados, el equipo que tiene
a su cargo la investigación podrá realizar una inferencia estadística,
concluyendo que “El N% de los obesos son cardiacos”. Más aún, habrá que estimar
el error probable de esta afirmación.
Obsérvese
que la hipótesis que había motivado nuestra investigación era un enunciado
universal de la forma “Para todo x, si x, es F, entonces x es G.” Por otro
lado, el resultado de la investigación es un enunciado estadístico a saber. “De
la clase de las persona obesas, una subclase que llega a su n/100 ava parte
está compuesta por cardiacos. Esto es, nuestra hipótesis de trabajo ha sido
corregida. ¿Debemos contentarnos con esta respuesta? Nos gustaría formular
otras preguntas: debemos entender la ley que hemos hallado, nos gustaría
deducirla de las leyes de la fisiología humana. Y aquí se aplica una sexta
regla del método científico, a saber: No existen respuestas definitivas, y ello
simplemente porque no existen preguntas finales.
7. Métodos teóricos
Toda
ciencia fáctica especial elabora sus propias técnicas de verificación, entre
ellas las técnicas de medición son típicas de la ciencia moderna. Pero en todos
los casos estas técnicas, por diferentes que sean no constituyen fines en si
mismos: todas ellas sirven para contrastar ciertas ideas con ciertos hechos por
la vía de la experiencia. O, si se prefiere, el objetivo de las técnicas de
verificación es probar enunciados referentes a hechos por vía el examen de proposiciones
referentes a la experiencia (y, en particular, al experimento). Este es el
motivo por el cual los experimentadores no tienen por qué construir cada uno de
sus aparatos e instrumentos, pero deben en cambio diseñarlos y/o usarlos a fin
de poner a prueba ciertas afirmaciones. Las técnicas especiales, por
importantes que sea, no son sino etapas de la aplicación del método
experimental, que no es otra cosa que el método científico en relación con la
ciencia láctica; y la ciencia, por láctica que sea, no es un montón de hechos
sino un sistema de ideas.
En
el párrafo anterior ejemplificamos el método experimental analizando el proceso
de verificación que requiera el enunciado “Los obesos son cardiacos”;
encontramos que esta hipótesis requería una precisión cuantitativa, y después
de una investigación imaginaria adoptamos, en su lugar, cierta generalización
empírica del tipo de los enunciados estadísticos. Ahora bien: las
generalizaciones empíricas, tan caras a Aristóteles y a Bacon, y aun cuando se
las formule en términos estadísticos, no son distintivas de la ciencia moderna.
El tipo de hipótesis característicos de la ciencia moderna no es el de los
enunciados descriptivos aislados, cuya función principal es resumir
experiencias. Lo peculiar de la ciencia moderna es que consiste en su mayor
parte en teorías explicativas, es decir, es sistemas de proposiciones que
pueden clasificarse en: principios, leyes, definiciones, etc., y que están
vinculadas entre sí mediante conectivas lógicas (tales como “y”, “o”, “si...entonces”,
etc.). las teorías dan cuenta de los hechos no sólo describiéndolos de manera
más o menos exacta, sino también proveyendo modelos conceptuales de los hechos,
en cuyos términos puede explicarse y predecirse al menos en principio, cada uno
de los hechos de una clase. Las posibilidades de una hipótesis científica no se
advierten por entero antes de incorporarlas en una teoría; y es sólo entonces
cuando puede encontrársele varios soportes. Al sumergirse en una teoría, el
enunciado dado es apoyado-o plastado-por toda la masa de saber disponible;
permaneciendo aislado es difícil de confirmar y de refutar y, sobre todo, sigue
sin ser entendido.
La
conversión de las generalizaciones empíricas en leyes teorías envuelve
trascender la esfera de los fenómenos y el lenguaje observacional: ya que no se
trata de hacer afirmaciones acerca de hechos observables, sino de adivinar su
“mecanismo” interno (el que, desde luego, no tiene por qué ser mecánico).
Supóngase que un psicólogo desea estudiar las correlaciones entre cierto
estimulo observables y cierta conducta observable R, que-a modo de
ensayo-considera como la respuesta al estimulo dado. Si, después de una
sucesión de experimentos, llegara a confirmar su hipótesis de trabajo y deseara
trascender las fronteras de la Psicología fenomenista, intentaría elaborar,
digamos un modelo neurológico que explicara el nexo S-R en términos
fisiológicos. No es tarea fácil: el psicólogo tiene que inventar diversas
hipótesis acerca de otros tantos canales nerviosos posibles que conecten los
hechos observables extremos, S y R. Analógicamente, los físicos atómicos
imaginan diversos mecanismos ocultos que conectan los fenómenos macroscópicos
con su soporte microscópico.
Pero
nuestro psicológico no andará de todo a tientas: podrá probar si su conexión
concuerda con algunos de los esquemas paviovanos de los reflejos, o con
cualquier otro mecanismo. Cada una de sus hipótesis-sea que consistan en
suponer que interviene un reflejo innato o condicionado-tendrá que especificar
el aparato receptor, el nervio aferente, la estación central, el nervio
eferente, el órgano receptor, etc. Más aún sus varia s hipótesis de trabajo
tendrán que ser compatibles con el saber más firmemente establecido (aunque no
inamovible), y tendrán que ser puestas mediante técnicas especiales (excitación
o destrucción de nervios, registro de impulsos nerviosos, etc). Vale la pena
emprender esta difícil tarea: la eventual confirmación de una de las hipótesis
puestas a prueba no sólo explicará el nexo S-R dado, sino que también lo
ubicará en su contexto; además apoyará la hipótesis misma de que tal nexo no es
accidental. Pues aunque suene a paradoja, un enunciado fáctico es tanto más
fidedigno cuanto mejor está apoyado por consideraciones teóricas.
Es
importante advertir, en efecto, que la experiencia dista de ser el único juez
de las teorías lácticas o siquiera el último. Las teorías se contrastan con los
hechos y con otras teorías. Por ejemplo, una de las pruebas de la
generalización de una teoría dada es averiguar si la nueva teoría se reduce a
la vieja dentro de un cierto dominio, de modo tal que cubra por lo menos el
mismo grupo de hechos. Más aún, el grado de sustentación o apoyo de las teorías
no es idéntico a su grado de confirmación. Las teorías no se construyen ex
nihilo, sino sobre ciertas bases; éstas las sostienen antes y después de la
prueba; la prueba misma, si tiene éxito, provee los apoyos restantes de la
teoría y fija su grado de confirmación. Aún así el grado de confirmación de una
teoría no basta para determinar la probabilidad de la misma.
8. En qué se apoya una hipótesis
científica
Una hipótesis científica fáctico no sólo es sostenida por la
confirmación empírica de cierto numero de sus consecuencias particulares (p.
ej. predicciones). Las hipótesis científicas están incorporadas en teorías o
tienden a incorporarse en ellas; y las teorías están relacionadas entre si,
constituyendo la totalidad de ellas la cultura intelectual. Por esto, no
debería sorprender que las hipótesis científicas tengan soportes no sólo
científicos sino también extracientificos; los primeros son empíricos y
racionales, los últimos son psicológicos y culturales. Expliquémonos.
Cuanto
más numerosos sean los hechos que confirman una hipótesis, cuanto mayor sea la
precisión con que ellas reconstruye los hechos, y cuanto más vastos sean los
nuevos territorios que ayuda a explorar, tanto más firme será nuestra creencia
en ella, esto es, tanto mayor será la probabilidad que le asignemos. Esto es,
esquemáticamente dicho, lo que se entiende por el soporte empírico de las
hipótesis lácticas. Pero la experiencia disponible no puede ser considerada
como inapelable: en primer lugar, porque nuevas experiencias pueden mostrar
la necesidad de un remedio; en segundo
término, porque la experiencia científica no es pura, sino interpretada, y toda
interpretación se hace en términos de teorías, motivo por el cual la primera
reacción de los científicos experimentados ante informaciones sobre hechos que
parecerían trastornar establecidas, es de escepticismo.
Cuanto
más estrecho sea el acuerdo de la hipótesis en cuestión con el conocimiento
disponible del mismo orden, tanto más firme es nuestra creencia en ella;
semejante concordancia es particularmente valiosa cuando consiste en una compatibilidad
con enunciados de leyes. Esto es lo que hemos designado con el nombre de
soporte racional de las hipótesis lácticas. Este es¿, dicho sea de pasad, el
motivo por el cual la mayoría de los científicos desconfían de los informes
acerca de la llamad apercepción extrasensorial, porque los llamados fenómenos
psi contradicen el cuerpo de hipótesis psicológicas y fisiológicas bien
establecidas. En resumen, las teorías científicas deben adecuarse, sin duda, a
los hechos, pero ningún hecho aislado es aceptado en la comunidad de los hechos
controlados científicamente a menos que tenga cabida, en alguna parte del
edificio teórico establecido. Desde luego el soporte racional no es garantía de
verdad; si lo fuera, las teorías lácticas serian invulnerables a la experiencia.
Los soportes empíricos y racionales de las hipótesis lácticas son
interdependientes.
En
cuanto a los soportes extracientificos de las hipótesis científicas, uno de
ellos es de carácter psicológico: influye sobre nuestra elección de las suposiciones
y sobre el valor que le asignamos a su concordancia con los hechos. Por
ejemplo, los sentimientos estéticos que provocan la simplicidad y la unidad
lógica estimulan unas veces y otras obstaculizan la investigación sobre la
validez de las teorías. Esto es lo que hemos denominado el soporte psicológico
de las hipótesis lácticas; a menudo es oscuro, y no sólo está vinculado a
características personales, sino también sociales.
Lo
que hemos llamado soporte cultural de las hipótesis lácticas consiste en su
compatibilidad con alguna concepción del mundo y, en particular, con la
Zitgeist prevaleciente. Es obvio que tendemos a asignar mayor peso a aquellas
hipótesis que congenian con nuestro fondo cultural y, en particular, con nuestra visión del mundo, que aquellas
hipótesis que lo contradicen. La función dual des soporte cultural de las
conjeturas científicas se advierte con facilidad: por una parte, no impulsa a
poner atención en ciertas clases de hipótesis y hasta intervienen en la
sugerencia de las mismas; por otra parte puede impedirnos apreciar otras
posibilidades, por los cual puede constituir un factor de obstinación
dogmática. La única manera de minimizar este peligro es cobrar conciencia del
hecho de que las hipótesis científicas no crecen en un vació cultural.
Los
soportes empíricos y racionales son objetivos, en el sentido de que en
principio son susceptibles de ser sopesados y controlados conforme a patrones
precisos y formidables. En cambio, los soportes extracientificos son, en gran
medida, materia de preferencia individual, de grupo o de época; por
consiguiente, no deberían ser decisivos en la etapa de la comprobación, por
prominentes que sean en la etapa heurística. Es importante que los científicos
sean personas cultas, aunque sólo sea para que adviertan la fuerte presión que
ejercen los factores psicológicos y culturales sobre la formulación, elección,
investigación y credibilidad de las hipótesis fácticas. La presión, para que
bien o mal, es real y nos obliga a tomar partido por una u otra concepción del
mundo; es mejor hacerlo conscientemente que inadvertidamente.
La
enumeración anterior de los tipos de soportes de las hipótesis científicas no
tenían propósito que mostrar que el método experimental no agota el proceso que
conduce a la aceptación de una suposición láctica. Este hecho podría invocarse
a favor de las tesis de que la investigación científica es un arte.
9. La ciencia: Técnica y arte
La
investigación científica es legal, pero sus leyes-las reglas del método
científico-no son pocas, ni simples, ni infalibles, ni bien conocidas; son, por
el contrario, numerosas, complejas, más o menos eficaces, y en parte
desconocidas. El arte de formular preguntas y de probar respuestas-esto es, el
método científicos es cualquier cosa menos un conjunto de recetas; y menos
técnica todavía es la teoría del método científico. La moraleja es inmediata:
desconfíese de toda descripción de la vía de la ciencia-y en primer lugar de la
presente-pero no se descuide ninguna. La investigación es una empresa
multilateral que requiere el más intenso ejercicio de cada una de las
facultades psíquicas y que exige un concurso de circunstancias sociales
favorables; por este motivo, todo testimonio personal, perteneciente a
cualquier periodo, y por parcial que sea, puede echar alguna luz sobre algún
aspecto de la investigación.
A
menudo se sostiene que la medicina y otras ciencias aplicadas son artes antes
que ciencias, en el sentido de que no pueden ser reducidas a la simple
aplicación de un conjunto de reglas que pueden formularse todas explícitamente
y que pueden elegirse sin que medie el juicio personal. Sin embargo, en este
sentido la física y la matemática también son artes:¿ quién conoce recetas
hechas y seguras para encontrar leyes de la naturaleza o adivinar teoremas? Si
“arte” significa una feliz conjunción de experiencia, destreza, imaginación,
visión y habilidad para realizar inferencias de tipo no analítico, entonces no
sólo son artes la medicina, la pesquisa criminal, la estrategia militar, la
política y la publicidad, sino también toda otra disciplina. Por consiguiente,
no se trata de sí un campo dado de la actividad humana es un arte, sino si,
además es científico.
La
ciencia es ciertamente comunicable; si un cuerpo de conocimiento no es
comunicable, entonces por definición no es científico. Pero esto se refiere a
los resultados de la investigación antes que a las maneras en que éstos se
obtienen; la comunicabilidad no implica que el método científico y las técnicas
de las diversas ciencias especiales puedan aprenderse en los libros: los
procedimientos de la investigación se dominan investigando, y los
metacientificos debieran por ello practicarlos antes de emprender su análisis.
No se sabe de obra maestra alguna de la ciencia que haya sido engendradas por
la aplicación consciente y escrupulosa de las reglas conocidas del método
científico; la investigación científica es practicada en gran parte como un
arte no tanto porque carezca de reglas cuanto porque algunas de ellas se dan
por sabidas, y no porque requieran una intuición innata cuanto porque exige una
gran variedad de disposiciones intelectuales. Como toda otra experiencia, la
investigación puede ser comprendida por otros pero no es íntegramente
transferible; hay que pagar por ella el precio de un gran numero de errores, y
por cierto que al contado. Por consiguiente, los escritos sobre le método
científico pueden iluminar el camino de la ciencia, pero no pueden exhibir toda
su riqueza, y sobre todo, no son un sustituto de la investigación misma, del
mismo modo que ninguna biblioteca sobre botánica puede reemplazar a la
contemplación de la naturaleza aunque hace posible que la contemplación sea más
provechosa.
10. La pauta de la investigación
científica
La
variedad de habilidades y de información que exige el tratamiento científico de
los problemas ayuda a explicar la extremada división del trabajo prevaleciente
en la ciencia contemporánea, en la que encuentra lugar toda capacidad natural y
toda habilidad adquirida. Es posible apreciar esta variedad exponiendo la pauta
general de la investigación científica. Creo que esta pauta-o sea, el método
científico- es, a grandes líneas, la siguiente:
1.
Planteo del problema
1.1.
Reconocimiento de los hechos:
examen del grupo de hechos, clasificación preliminar y selección de los que
probablemente sea relevantes en algún respecto.
1.2.
descubrimiento del problema:
hallazgo de la laguna o de las incoherencias en el cuerpo del saber.
1.3.
Formulación del problema:
planteo de una pregunta que tiene probabilidad de ser la correcta; esto es,
reducción del problema a su núcleo significativo, probablemente soluble y
probablemente fructífero, con ayuda del conocimiento disponible.
2.
Construcción de un
modelo teórico
2.1.
Selección de los factores
pertinentes: invención de suposiciones plausibles relativas a las variables que
probablemente son pertinentes.
2.2.
Invención de las hipótesis
centrales y de las suposiciones auxiliares: propuestas de un conjunto de
disposiciones concernientes a los nexos entre las variables pertinentes, p. ej.
formulación de enunciados de ley que se espera puedan amoldarse a los hechos
observados.
2.3.
Traducción matemática: cuando
sea posible traducción de las hipótesis, o parte de ellas, a alguno de los
lenguajes matemáticos.
3.
Deducción de
consecuencias particulares
3.1.
Búsqueda de soportes
racionales: deducción de consecuencias particulares que pueden haber sido
verificadas en el mismo campo o en campos contiguos.
3.2.
Búsqueda de soportes empíricos:
elaboración de predicciones (o retrodicciones) sobre la base del modelo teórico
o de otros datos empíricos, teniendo en vista técnicas de verificación
disponibles o concebibles.
4. Pruebas de las hipótesis
4.1. Diseño de la prueba;
planteamiento de los medios para poner a prueba las predicciones; diseño de
observaciones, mediciones, experimentos y demás operaciones instrumentales.
4.2.
Ejecución de la prueba:
realización de las operaciones y recolección de datos.
4.3.
Elaboración de los datos;
clasificación, análisis, evaluación, reducción, etc., de los datos empíricos.
4.4.
Interferencia de la conclusión:
interpretación de los datos elaborados a la luz del modelo teórico.
5.
Introducción de las
conclusiones en la teoría
5.1.
Comparación de las conclusiones
con las predicciones: contraste de los resultados de la prueba con las
consecuencias del modelo teórico, precisando en qué medida este pueda
considerarse confirmado o discomfirmado (inferencia probable).
5.2.
Reajuste del modelo: eventual
corrección do aún reemplazo del modelo.
5.3.
Sugerencias acerca del trabajo
ulterior: búsqueda de lagunas o errores en la teoría y/o los procedimientos
empíricos, si el modelo ha sido disconfirmado; si ha sido confirmado, examen de
posibles extensiones y de posibles consecuencias en otros departamentos del
saber.
11. Extensibilidad del modelo
científico
Para
elaborar conocimiento físico no se conoce mejor camino que el de la ciencia. El
método de la ciencia no es, por cierto, seguro; pero es intrínsicamente
progresivo, porque es auto correctivo: exige la continua comprobación de los
puntos de partida, y requiere que todo resultado sea considerado como fuente de
nuevas preguntas. Llamemos filosofía científica a la clase de concepciones
filosóficas que aceptan el método de la ciencia como la manera que nos permite:
a) plantear cuestiones lácticas razonables (esto es, preguntas que son
significativas, no triviales, y que probablemente pueden ser respondidas dentro
de una teoría existente o concebible), y b) probar respuestas probables en
todos los campos especiales del conocimiento.
No
debe confundirse la filosofía científica con el cientificismo en cualquiera de
sus dos versiones: el enciclopedismo científico y el reduccionista naturalista.
El enciclopedismo científico pretende que la única tarea de la ciencia,
elaborando una imagen unificada de los mismos, y preferiblemente formulándonos
todos en un único lenguaje (p. ej., el de la física). En cambio, la filosofía,
científica o no, analiza lo que se le presenta y, a partir de este material,
construye de teorías; la filosofía será científica en la medida en que elabore
de manera racional los materiales previamente elaborados por la ciencia. Así es
como puede entenderse la extensión del método científico al trabajo filosófico.
En
cuanto al cientificismo concebido como reduccionimso naturista-y que a veces se
superpone con el enciclopedismo científico, como ocurre en el físicalismo-puede
describirse como una tentativa de resolver toda suerte de problemas con ayuda
de las técnicas creadas por las ciencias naturales, desdeñando las cualidades
especificas irreductibles, de cada nivel de la realidad. El cientifismo radical
de esta especie sostendría, por ejemplo, que la sociedad no es más que un
sistema físico-químico (o, a lo sumo, biológico) de donde los fenómenos
sociales debieran estudiarse exclusivamente mediante la ayuda de metros,
relojes, balanzas y otros instrumentos de la misma clase. En cambio, la
filosofía científica favorece la elaboración de técnicas especificas en cada
campo, con la única condición de que estas técnicas cumplan las exigencias
esenciales del método científico en lo que respecta a las preguntas y a las
pruebas. De esta manera es como puede entenderse la extensión del método
científico a todos los campos especiales del conocimiento.
Pero
también debiera emplearse el método de la ciencia en las ciencias aplicadas y,
en general, en toda empresa humana en la que la razón haya de casarse con la
experiencia; vale decir, en todos los campos excepto en arte, religión y amor.
Una adquisición reciente del método científico es la investigación operativa
(operations research), esto es, el conjunto de procedimientos mediante los
cuales los dirigentes de empresas pueden obtener un fundamento cuantitativo
para tomar decisiones, y los administradores pueden adquirir ideas para mejorar
la eficiencia de la organización.10 Pero,
desde luego, la extensión del método científico a las cosas humanas esta aún en
su infancia. Pídasele a un político que pruebe sus afirmaciones, no recurriendo
a citas y discursos, sino confrontándolas con hechos verificables (tal como se
recogen y elaboran, p. ej. con ayuda de las técnicas estadísticas). Si es
honesto, cosa que puede suceder, o bien a) admitirá que no entiende la
pregunta, o b) concederá que todas sus creencias son, en el mejor de los casos,
enunciados probables, ya que sólo pueden ser probados imperfectamente, o c)
llegará a la conclusión de que muchas de sus hipótesis favoritas (principios,
máximas, consignas) tienen necesidad urgente de reparación. En este último caso
puede terminar por admitir que una de las virtudes del método de la ciencia es
que facilita la regulación o readaptación de las ideas generales que guían (o
justifican) nuestra conducta consciente, de manera tal que ésta pueda
corregirse con el fin de mejorar los resultados.
Desgraciadamente,
la cientificación de la política la haría más eficaz, pero no necesariamente
mejor, porque el método puede dar forma y no el contenido; y el contenido de la
política está determinado por intereses que o son primordialmente culturales o
éticos, sino materiales.
Por esto, una política, puede dirigir a
favor o en contra de cualquier grupo social: los objetivos de la estrategia
política, así como los de la investigación científica aplicada, no son fijados
por patrones científicos, sino por intereses sociales. Esto muestra a la vez el
alcance y los limites del método científico: por una parte, pude producirse
saber, eficiencia y poder, por otra, este saber, esta eficiencia y este poder
pueden usarse para bien o para mal, para liberar o para esclavizar.
12. El método científico: ¿un dogma
más?
¿Es
dogmático favorecer la extensión del método científico a todos los campos del
pensamiento y de la acción consciente? Planteamos la cuestión en términos de
conducta. El dogmático vuelve eternamente a sus escrituras, sagradas o
profanas, en búsqueda de la verdad; la realidad le quemaría los papeles en los
que imagina que está enterrada: por esto elude el contacto con los hechos. En
cambio, para el partidario de la filosofía científica todo es problemático:
todo conocimiento fáctico es falible (pero perfectible), y aun las estructuras
formales pueden reagruparse de manera más económica y racionales; más aún, el
propio método de la ciencia será considerado por él como perceptible, como lo
muestra la reciente incorporación de conceptos y técnicas estadísticas. Por
consiguiente, el partidario del método científico no se apegará obstinadamente
al saber, ni siquiera a los medios consagrados para adquirir conocimiento, sino
que adoptará una actitud investigadora; se esforzará por aumentar y renovar sus
contactos con los hechos y el almacén de las ideas mediante las cuales los
hechos pueden entenderse, controlarse y a veces reproducirse.
No
se conoce otro remedio eficaz contra la fosilización del dogma-religioso,
político, filosófico o científico-que el método científico, porque es el único
procedimiento que no pretende dar resultados definitivos. El creyente busca la
paz en la aquiescencia; el investigador, en cambio, no encuentra paz fuera de
la investigación y de la disensión: está en continuo conflicto consigo mismo,
puesto que la exigencia de buscar conocimiento verificable implica un continuo
inventar, probar, y criticar hipótesis. Afirmar y asentir es más fácil que
probar y disentir; por esto hay más creyentes que sabios, y por esto, aunque el
método científico es opuesto al dogma, ningún científico y ningún filosofo
científico debiera tener la plena seguridad de que han evitado todo dogma.
De
acuerdo con la filosofía científica, el peso de los enunciados-y por
consiguiente su credibilidad y su eventual eficacia práctica-depende de su
grado de sustentación y de confirmación. Sí, como estimaba, Demócrito, una sola
demostración vale más que el reino de los persas, puede calcularse el valor del
método científico en los tiempos modernos. Quienes lo ignoran íntegramente no
pueden llamarse modernos; y quienes lo desdeñan se exponen a no ser veraces ni
eficaces.
Cuestionario sobre Bunge
1.
¿Cuáles son las 12 reglas para
el planteo de problemas?
2.
¿Qué variaciones presentan
respecto a las reglas enunciadas pro De Gortari?
3.
¿Qué características observa la
localización del problema en las disciplinas jóvenes?
4.
¿Qué dificultades presenta la
simplificación de problemas?
5.
¿Cuales son las fases de la
investigación científica según unge?
6.
¿Cómo define Bunge el
conocimiento fáctico?
7.
¿Qué diferencias establece el
autor entre variedad y verificabilidad?
8.
¿Cuál es su concepción de
hipótesis y teoría?
9.
¿Cuáles son las características
de la investigación científica?
10.
¿Qué procedimientos existen
para la construcción de hipótesis?
11.
¿Cómo define el método?
12.
¿Qué diferencias establece
entre método y teoría?
13.
¿Qué es el análisis lógico y
qué el método experimental?
14.
¿Qué es el método teórico?
15.
¿Cuáles son los soportes,
empíricos de las hipótesis?
16.
¿Cuáles son los soportes extra
científicos?
¿Cuáles son las pautas
de la investiga
[1] G. Boccaccio,
“Vita di Dante”, en II comento a la Divina Comedia e gli altri scritti in
torno a Dante, (Bari, Laterza, 1918), I p. 37.
[2] D. Hume, A.Treatise of Human Nature, (London,
Everyman, 1911), I, p. 105.
3 Aristóteles,
Analíticos Posteriores, Libro II, cap. XIX, 110 b
4 W. James, Pragmatism (N. York, Meridian Books, 1953) p. 134.
5 P. W. Bridgman, Reflection of a Physicist (N.
York. Philosophical Library. 1955) P. 83
6 C. Huyghens,
Traité de la Inmiére (París, Gauthier-Villars, 1920), p.5
7 J.C. Maxwell, A. Treatise of Electricity and Magnetism, 3a Ed. (Oxford,
University Press, 1937), II. Oo. 434 y ss.
8 Véase, p. ej. S.F. Mason. A History of the Sciences (London, Routledge & Kegan
Paul, 1953), p. 386.
9 D. Bohm. “A propesed Explanation of Quantum
Theory in Terms of Hidden Variables at a Sub-Quantum Mechanical Level”, en
Colston Papers (London, Butterworths Scientific Publications. (1957), IX,
p.34-Vease P.M.Morse y G.E.Kimball, Methods of Operations Researchs, ed.rev.
(Cambridge, Mass., The Technology Press of Massachusetts Institute of
Technology; N.York, John Wiley & Sons, 1951).
10 Vease P.M. Morse y G.ER. Kimball, Methods of Operations Research, ed.rev. (Cambridge;
Mass., The Technology Press of Massachusetts Institute of Technology; N. York,
John & Sons, 1951.