Thursday, August 6, 2015

¿Cuál es el método de la ciencia?



La investigación científica y teoría e hipótesis

¿Cuál es el método de la ciencia?

Mario Bunge


1.      La ciencia, conocimiento verificable.

En su deliciosa biografía del Dante (ca. 1360), Boccaccio[1] expuso su opinión -que no viene al caso- acerca del origen de la palabra “poesía”, concluyendo con este comentario: “otros lo atribuyen a razones diferentes, acaso aceptables; pero ésta me gusta más”. El novelista aplicaba al conocimiento acerca de la poesía y de su nombre, el mismo criterio que podría usarse para apreciar la poesía misma: el gusto. Confundía así valores situados en niveles diferentes: el estético, perteneciente a la esfera de la sensibilidad, y el gnoseológico que no obstante estar enraizado en la sensibilidad está enriquecido con una cualidad emergente: la razón. Semejante confusión no es exclusiva de poetas: incluso Hume, en una obra célebre por su critica mortífera de varios dogmas tradicionales, escogió el gusto como criterio de verdad. En su Treatise of Human Nature (1739) puede leerse:[2] “No es sólo en poesía y en música que debemos seguir nuestro gusto, sino también en la filosofía (que en aquella época incluía habitualmente a la ciencia). Cuando estoy convencido de algún principio, no es sino una idea que me golpea (strikes) con mayor fuerza. Cuando prefiero un conjunto de argumentos por sobre otros, no hago sino decidir, sobre la base de mi sentimiento, acerca de la superioridad de su influencia”. El subjetivismo era así la playa en que se desembarca la teoría psicologista de las “ideas” inaugurada por el empirismo de Locke.

El recurso al gusto no era, por supuesto, peor que el argumento de autoridad, criterio de verdad que ha mantenido enjaulado al pensamiento durante tanto tiempo y con tanta eficacia. Desgraciadamente, la mayoría de la gente, y hasta la mayoría de los filósofos aún creen -u obran como si creyeran-que la manera correcta de decidir el valor de la verdad de un enunciado, es someterlo a la prueba de algún texto; es un enunciado, es someterlo a la prueba de algún texto: es decir, verificar si es compatible con (o deducible de) frases más o menos célebres tenidas por verdades eternas, o sea, principios infalibles de alguna escuela de pensamiento.

En efecto, son demasiados los argumentos filosóficos que se ajustan al siguiente molde: “x está equivocado, porque lo que dice contradice lo que escribió el maestro y “ o bien: “el x-ismo es falso, porque sus tesis son incompatibles con las proposiciones fundamentales del y-ismo”. Los dogmáticos-antiguos y modernos, fuera y dentro de la profesión científica, maliciosos o no-obran de esta manera aun cuando no desean convalidar creencias que simplemente no pueden ser  comprobadas, sea empíricamente, sea racionalmente. Porque “dogma” es, por definición, toda opinión no confirmada de la que no se exige verificación porque se la supone verdadera y, más aún, se la supone fuente de verdades ordinarias.

Otro criterio de verdad igualmente difundido ha sido la evidencia. Según esta opinión, verdadera es aquello que parece aceptable a primera vista, sin examen ulterior: aquello, en suma, que se intuye. Así, Aristóteles3 afirmaba que la intuición “aprehende las premisas primarias” de todo discurso, y es por ello “la fuente que origina el conocimiento científico”. No sólo Bergson, Husserl y muchos otros intuicionistas e irracionalistas han compartido la opinión de que las esencias pueden detenerse sin más: también el racionalismo ingenuo, tal como el que sostenía Descartes, afirma que hay principios evidentes que, lejos de tener que someterse a prueba alguna, son la piedra de toque de toda otra proposición, sea formal o fáctica.

Finalmente, otros han favorecido las “verdades vitales” (o las “mentiras vitales”), esto es, las afirmaciones que se creen o no por conveniencia, independientemente de su fundamento racional y/o empírico. Es el caso de Nietzsche y los pragmatistas posteriores, todos los cuales han exagerado el indudable valor instrumental del conocimiento fáctico, al punto de afirmar que “la posesión de la verdad, lejos de ser (..) un fin en sí, es sólo un medio preliminar para alcanzar otras satisfacciones vitales”,4 de donde “verdadero” es sinónimo de “util”.

Pregúntese a un científico si cree que tiene derecho a suscribir una afirmación en el campo de la ciencia tan sólo porque le guste, o porque la considere un dogma inexpugnable, porque a él le parezca evidente, o porque la encuentre conveniente.

Probablemente consiste más o menos así: ninguno de esos presuntos criterios de verdad garantizan la objetividad, y el conocimiento objetivo es la finalidad de la investigación científica. Lo que se acepta sólo por gusto, o por autoridad, o por parecer evidente (habitual), o por conveniencia, no es sino creencia u opinión, pero no es conocimiento científico. El conocimiento científico es a veces desagradable, a menudo contradice a los clásicos (sobre todo si es nuevo), en ocasiones tortura al sentido común y humilla a la intuición; por ultimo, puede ser conveniente para algunos y no para otros.

         En cambio, aquello que caracteriza al conocimiento científico es su verificabilidad: siempre es susceptible de ser verificado (confirmado o disconfirmado).

2.     Veracidad y verificabilidad

Obsérvese que no pretendemos que el conocimiento científico, por contraste con el ordinario, el tecnológico o el filosófico, sea verdadero. Ciertamente lo es con frecuencia, y siempre intenta serla más y más. Pero la veracidad, que es un objetivo, no caracteriza el conocimiento científico de manera tan inequívoca como el modo, medio o método por el cual la investigación científica plantea problemas y pone a prueba las soluciones propuestas.

En ocasiones, puede alcanzarse una verdad con sólo consultar un texto. Los propios científicos recurren a menudo a un argumento de autoridad atenuada: lo hacen siempre que emplean datos (empíricos o formales) obtenidos por otros investigadores-cosas que no pueden dejar de hacer, pues la ciencia moderna es, cada vez más una empresa social. Pero, por grande que sea la autoridad que se atribuye a una fuente, jamás se le considera infalible: si se aceptan sus datos, es sólo provisionalmente y porque se presume que han sido obtenidos con procedimientos que concuerdan con el método científico, de manera que son reproducibles por quienquiera que se disponga a aplicar tales procedimientos. En otras palabras; un dato será considerado verdadero hasta cierto punto, siempre que pueda ser confirmado de manera compatible con los cánones del método científico.

En consecuencia, para que un trozo del saber merezca ser llamado “científico”, no basta-ni siquiera es necesario-que sea verdadero. Debemos saber, en cambio, cómo hemos llegado a saber, o a presumir, que el enunciado en cuestión es verdadero: debemos ser capaces de enumerar las operaciones (empíricas o racionales) por los cuales es verificable (confirmable o disconfirmable) de una manera objetiva al menos en principio. Esta no es sino una cuestión de nombre: quienes no  deseen que se exija la verificabilidad del conocimiento deben abstenerse de llamar “científicas” a sus propias creencias, aun cuando lleven nombres bonitos compuestos con raíces griegas. Se les invita cortésmente a bautizarlas con nombres más impresionantes, tales como “reveladas”, “evidentes”, “absolutas”, “vitales”, “necesarias para la salud del Estado”, “indispensables para la victoria del Partido”, etc.

Ahora bien, para verificar un enunciado -porque las proposiciones, y no los hechos, son verdaderas o falsas y pueden por consiguiente, ser verificadas-no bastan la contemplación y ni siquiera el análisis. Comprobamos nuestras afirmaciones confrontándolas con otros enunciados. El enunciado confirmatorio (o disconfirmatorio), que puede llamarse el verificans, dependerá del conocimiento disponible y de la naturaleza de la proposición dada, la que puede llamarse verificandum. Los enunciados confirmatorios serán enunciados referentes a la experiencia si lo que se somete a prueba es una afirmación fáctica, esto es, un enunciado acerca de los hechos, sean experimentados o no. Observemos, de pasada, que el científico tiene todo el derecho de especular acerca de hechos inexperienciales, esto es, hechos que en una etapa dada del desarrollo del conocimiento están más allá del alcance de la experiencia humana; pero entonces está obligado a señalar las experiencias que permiten inferir tales hechos inobservables; vale decir, tiene la obligación de anclar sus enunciados fácticos en experiencias conectadas de alguna manera con los hechos transempírico que supone. Baste recordar la historia de unos pocos inobservables distinguidos: la otra cara de La Luna, las ondas luminosas, los átomos, la conciencia, la lucha de clases y la opinión pública.

         En cambio, si lo que se ha verificado no es una proposición referente al mundo exterior, sino un enunciado acerca del comportamiento de signos (tal como, p. ej., ‘2+3-5’), entonces los enunciados confirmatorios serán definiciones, axiomas, y reglas que se adoptan por una razón cualquiera (por ejemplo, porque son fecundas en la organización de los conceptos disponibles y en la elaboración de nuevos conceptos). En efecto, la verificación de afirmaciones pertenecientes al dominio de las formas lógica y matemática no requiere otro instrumento material que el cerebro; sólo la verdad fáctica-como en el caso de “la Tierra es redonda”-requiere la observación o el experimento.

         Resumiendo: la verificación de enunciados formales sólo incluye operaciones racionales, en tanto que las proposiciones que comunican información acerca de la naturaleza o de la sociedad han de ponerse a prueba por ciertos procedimientos empíricos, tales como el recuento o la medición. Pues, aunque el conocimiento de los hechos no proviene de la experiencia pura-por ser la teoría un componente indispensable no de la recolección de informaciones fácticas-no hay otra manera de verificar nuestras sospechas que recurrir a la experiencia, tanto “pasiva” como activa.

3. Las proposiciones generales verificables: hipótesis científicas

         La descripción que antecede satisfará, probablemente a cualquier científico contemporáneo que reflexione sobre su propia actividad. Pero no resolverá la cuestión para el metacientifico o epistemologo, para quien los procedimientos las normas y a veces hasta los resultados de las ciencias son otros tantos problemas. En efecto, el metacientifico no puede dejar de preguntarse cuáles son las afirmaciones verificables, cómo se llega a afirmarlas, cómo se las comprueba, y en qué condiciones puede decirse que han sido confirmadas. Tratemos de esbozar una respuesta a estas preguntas.

         En primer lugar, si hemos de tratar el problema de la verificación, debemos averiguar qué se puede verificar, ya que no toda afirmación-ni siquiera toda afirmación significativa-es verificable. Así por ejemplo, las definiciones nominales tales como “América es el continente situado al oeste de Europa”-se aceptan o rechazan sobre la base del gusto, de la conveniencia, etc., pero no pueden verificarse, y ello simplemente porque no son verdaderas ni falsas. Por ejemplo, si convenimos en llamar “norte-sur”a la dirección que normalmente toma la guja de una brújula, semejante nombre puede gustarnos o no, pero es inverificable: no es sino un nombre, no se funda sobre elementos de prueba alguno, y ninguna operación podría confirmarlo o disconfirmarlo. En cambio, lo que puede confirmarse o disconfirmarse es una afirmación fáctica que contenga a ese término, tal como “la 5a Avenida corre de sur a norte”. La verificación de esta afirmación es posible, y puede hacerse con ayuda de una brújula.

         No sólo las definiciones nominales, sino también las afirmaciones acerca de fenómenos sobrenaturales son verificables, puesto que por definición trascienden todo cuanto está a nuestro alcance, y no se las puede poner a prueba con ayuda de la lógica ni de la matemática. Las afirmaciones acerca de la sobrenaturaleza son inverificables no porque se refieran a hechos-pues a veces pretenden hacerlo-, sino porque no se dispone de método alguno mediante el cual se podrá decir cuál es su valor de verdad. En cambio, muchas de ellas son perfectamente significativas para quién se tome el trabajo de ubicarlas en su contexto sin pretender reducirlas por ejemplo, a conceptos científicos. La verificación torna más exacto el significado pero no produce significado alguno. Más bien al contrario, la posesión de un significado determinado es una condición necesaria para que una proposición sea verificable. Pues ¿cómo habríamos de disponernos a comprobar lo que no entendemos?

         Ahora bien, los enunciados verificables son de muchas clases. Hay proposiciones singulares, tales como “Este trozo de hierro está caliente”; particulares o existenciales, tales como “Algunos trozos de hierro están calientes”, proposiciones universales como “Todos los trozos de hierro están calientes”(que es verificablemente falsa). Hay, además, enunciados de leyes, tales como “Todos los metales se dilatan con el calor” (o mejor. “Para todo x, si x es un trozo de metal que se calienta, entonces x se dilata”). Las proposiciones singulares y particulares pueden verificarse a menudo de manera inmediata, con la sola ayuda de los sentidos o, eventualmente, con el auxilio de instrumentos que amplíen su alcance; pero por otras veces exigen operaciones complejas que implican enunciados de leyes y cálculos matemáticos como en el caso de “La distancia media entre la Tierra y el Sol es de unos 1.5 millones de kilómetros”.

         Cuando un enunciado verificable posee un grado de generalidad suficiente, habitualmente se lo llama hipótesis científica. O, lo que es equivalente, cuando una proposición general (particular o universal) puede verificarse sólo de manera indirecta-esto es, por el examen de algunas de sus consecuencias-es conveniente llamarla “hipótesis científica”. Por ejemplo, “Todos los trozos de hierro se dilatan con el calor”, son hipótesis científicas: son puntos de partida de raciocinio y, por ser generales sólo pueden ser confirmados poniendo a prueba sus consecuencias particulares, esto es, probando enunciados referentes a muestras especificas de metal.

         Solía creerse que el discurso científico no incluye elementos hipotéticos sino tan sólo hechos y, sobre todo, lo que en inglés se denomina hard facts. Ahora se comprende que el núcleo de la teoría es un conjunto de hipótesis verificables. Las hipótesis científicas son, por una parte, remates de cadenas inferenciales no demostrativas (analógicas o inductivas) más o menos oscura; por otra parte, son puntos de partida de evadenas, deductivas cuyos últimos eslabones-los más próximos a los sentidos, en el caso de la ciencia fáctica-deben pasar la prueba de la experiencia.

         Más aún: habitualmente se concuerda en que debiera llamarse “Hipótesis” no solo a las conjeturas de ensayo, sino también a las suposiciones razonablemente confirmadas o establecidas pues probablemente no hay enunciados fácticos generales perfectos. La experiencia ha sugerido adoptar este sentido de la palabra “hipótesis”. Considérese, por ejemplo, la ley de Newton de la gravedad, que ha sido confirmada en casi todos los casos con una precisión. Tenemos dos razones para llamarla “hipótesis”:La primera es que ha pasado la prueba sólo un número finito de veces, la segunda es que hemos terminado por aprender que incluso ese célebre enunciado de ley es tan sólo una primera aproximación de un enunciado más exacto incluido en la teoría general de la relatividad, que tampoco es probable que sea definitiva.

4. El método científico ¿ars inveniendi?
        
Hemos convenido en que un enunciado fáctico general susceptible de ser verificado puede llamarse “hipótesis”, lo que suena más respetable que corazonada, sospecha, conjetura, suposición o presunción, y es también más adecuado que estos términos, ya que la etimología de “hipótesis” es punto de partida, que ciertamente lo es una vez que se ha dado con ella. Abordemos ahora el segundo problema que nos propusimos, a saber ¿existe una técnica infalible para inventar hipótesis científicas que sean probablemente verdaderas? En otras palabras: ¿existe un método, en el sentido cartesiano de conjunto de “reglas ciertas y fáciles” que nos conduzca a enunciar verdades lácticas de gran extensión.

Muchos hombres, en el curso de muchos siglos, han creído en la posibilidad de descubrir la técnica del descubrimiento, y de inventar la técnica de la invención. Fue fácil bautizar al niño no nacido, y se lo hizo con el hombre de ars inveniendi. Pero semejante arte jamás fue inventado. Lo que es más podría argüirse que jamás se lo inventará, a menos que se modifique radicalmente la definición de “ciencia”; en efecto, el conocimiento científico, por oposición a la sabiduría revelada, es esencialmente factible, esto es, susceptible de ser parcial o aun totalmente refutado. La falibilidad del conocimiento científico, y por consiguiente la imposibilidad de establecer reglas de oro que nos conduzcan directamente a verdades finales, no es sino el complemento de aquella verificabilidad que habíamos encontrado en el núcleo de la ciencia.

         Vale decir, no hay reglas infalibles que garanticen por su anticipado el descubrimiento de nuevos hechos y la invención de nuevas teorías, asegurando así la fecundidad de la investigación científica: la certidumbre debe buscarse tan solo en las ciencias formales.¿Significa esto que la investigación científica es errática e ilegal, y por consiguiente que los científicos lo esperan todo de la intuición o de la iluminación? Tal es la moraleja que algunos científicos y filósofos eminentes han extraído de leyes que nos aseguren contra la infertilidad y el error. Por ejemplo, Bridgman-el expositor del operacionismo-ha negado la existencia del método científico, sosteniendo que “la ciencia es lo que hacen los científicos, y hay tantos métodos científicos como hombres de ciencia”5

         Es verdad que en ciencia no hay caminos reales; que la investigación se abre camino en la selva de los hechos, y que los científicos sobresalientes elaboran su propio estilo de pesquisa. Sin embargo, esto no debe hacernos desesperar de la posibilidad de descubrir pautas, normalmente satisfactorias, de plantear problemas y poner a prueba hipótesis. Los científicos que van en pos de la verdad no se comportan ni como soldados que cumplen obedientemente las reglas de la ordenanza (opiniones de Bacon y Descartes) , ni como los caballeros de Mark Twain, que cabalgaban en cualquier dirección para llegar a Tierra Santa (opinión de Bridgman). No hay avenida hechas en ciencia, pero hay en cambio una brújula mediante la cual a menudo es posible estimar si se está sobre una huella promisoria. Esta brújula es el método científico que no produce automáticamente el saber, pero que nos evita perdernos en el caos aparente de los fenómenos, aunque sólo sea porque nos indica cómo no plantear los problemas y cómo no sucumbir al embrujo de nuestros prejuicios predilectos.

         La investigación no es errática sino metódica, sólo que no hay una sola manera de sugerir hipótesis, sino muchas maneras: las hipótesis no se nos imponen por la fuerza de los hechos, sino que son inventadas para dar cuenta de los hechos. Es verdad que la invención no es ilegal, sino que sigue ciertas pautas; pero éstas son psicológicas antes que lógicas, son peculiares de los diversos tipos intelectuales, y por añadidura la conocemos poco porque apenas se las investiga. Hay, ciertamente, reglas que facilitan la invención científica, y en especial la formulación de hipótesis; entre ellas figuran las siguientes: el sistemático reordenamiento de los datos, la supresión imaginaria de factores con el fin de descubrir las variables relevantes, el obstinado cambio de representación en busca de analogías fructíferas. Sin embargo, las reglas que favorecen o entorpecen el trabajo científico no son de oro sino plásticas; más aún, el investigador rara vez tiene conciencia del camino que ha tomado par formular sus hipótesis. Por esto la investigación científica puede planearse a grandes líneas y no en detalle, y aún menos puede ser reglamenta.

        



Algunas hipótesis se formulan por vía inductiva, esto es, como generalizaciones sobre la base de la observación de un puñado de casos particulares. Pero la inducción dista de ser la única o siquiera la principal de las vías que conducen a formular enunciados generales verificables. Otras veces, el científico opera por analogía; por ejemplo, la teoría ondulatoria de la luz le fue sugerida a Huyghens (1690) por una comparación con las olas”.6 En algunos caûheurístico esúemática; así, por ejemplo, Maxwell (1873) predijo la existncia de ondas electromagnéticas sobre la base de una analogía formal entre sus ecuaciones del campo y la conocida ecuación de las ondas elasticas.7 Ocasionalmente, el investigador es guiado por consideraciones filosóficas, así fue como procedió Oersted (1820); buscó deliberadamente una conexión entre la electricidad y el magnetismo, obrando sobre la base de la convicción a priori de que la estructura de todo cuanto existe es polar, y que todas las “fuerza” de la naturaleza están conectadas orgánicamente entre sí.8 La convicción filosófica de que la complejidad de la naturaleza es ilimitada le llevó a Bohm a especular sobre un nivel subcuantico, fundándose en una analogía con el movimiento browniano clásico.9 Ni siquiera la fantasía teológica de contribuir, aunque por cierto en mínima medida; recuerdese el principio de la mínima accion de Maupertuis (1747), formulado en la creencia de que el Creador lo había dispuesto todo de la manera más económica posible.

A las hipótesis científicas se llega, en suma, de muchas maneras; hay muchos principios heuristicos, y el único invariante es el requisito de verificabilidad. La analogía y la deducción de suposiciones extracientificas (p. ej. filosóficas) proveen puntos de partida que deben ser elaborados y probados.











5. El método científico, técnica de planteo y comprobación

         Los especialistas científicos habitualmente no se interesan por el problema de la génesis de la hipótesis científicas, esta cuestión es de competencia de las diversas ciencias de la ciencia. El proceso que conduce a la enunciación de una hipótesis científica puede estudiarse en diversos niveles; el lógico, el psicológico y el sociológico. El lógico se interesará por la inferencia plausible como conexión inversa (no deductiva) entre proposiciones singulares y generales. El psicólogo investigará la etapa de la “iluminación” o relámpago en el proceso de la resolución de los problemas, etapa en que se produce la síntesis de elementos anteriormente inconexos, también se propondrá estudiar fenómenos tales como los estímulos e inhibiciones que caracterizan al trabajo en equipo. El sociólogo inquirirá por qué determinada estructura social favorece ciertas clases de hipótesis mientras desalienta a otra.

         El metodologo, en cambio, no se ocupará de la génesis de las hipótesis, sino del planteo de los problemas que las intentan resolver, y de su comprobación. El origen del nexo entre el planteo y la comprobación-esto es, el surgimiento de la hipótesis-se lo deja a otros especialistas. El motivo es, nuevamente, una cuestión de nombre: lo que hoy se llama “método científico” no es ya una lista de recetas para dar con las respuestas correctas a las preguntas científicas, sino el conjunto de procedimientos por los cuales a) se plantean los problemas científicos y b) se ponen a prueba las hipótesis científicas.

         El estudio del método científico es, una palabra, la teoría de la investigación. Esta teoría es descriptiva en la medida en que descubre pautas en la investigación científica ( y aquí interviene la historia de la ciencia, como proveedora de ejemplos). La metodología es normativa en la medida en que muestra cuáles son las reglas del procedimiento que pueden aumentar la probabilidad de que el trabajo sea fecundo. Pero las reglas discernibles en la practica científica exitosa son perceptibles: no son cánones intocables porque no garantizan la obtención de la verdad; pero, en cambio, facilitan la detección de errores.

         Si la hipótesis que ha de ser puesta a prueba se refiere a objetos ideales (números, funciones, figuras, fórmulas lógicas, suposiciones filosóficas, etc) su verificación consistirá en la prueba de su coherencia-o incoherencia-con enunciados (postulados, definiciones, etc) previamente aceptados. En este caso, la confirmación puede ser una demostración definitiva. En cambio, si el enunciado en cuestión se refiere (de manera significativa) a la naturaleza o la sociedad, puede ocurrir, o bien que podamos averiguar su valor de verdad con la sola ayuda de la razón, o que debamos recurrir, además a la experiencia.

         El análisis lógico basta cuando el enunciado que se pone a prueba es de alguno de los siguientes tipos: a) una simple tautología, o sea, un enunciado verdadero en virtud de su sola forma, independientemente de su contenido (como en el caso de “El agua moja o no moja”); b) una definición o equivalencia entre dos grupos de términos (como en el caso de “Los seres vivos se alimentan, crecen y se reproducen”); c) una consecuencia de enunciados fácticos que poseen una extensión o alcance mayor (como ocurre cuando se reduce el “principio” de la palanca, de la ley de conservación de la energía).Vale decir el análisis lógico y matemático comprobará la validez de los enunciados (hipótesis) que son analíticos en determinado contexto. Muchos enunciados no son intrínsicamente analíticos: su analiticidad es relativa o contextual, como lo demuestra el hecho de que esta propiedad puede perderse si se estrecha o amplia el contexto, o si se reagrupan los enunciados de la teoría correspondiente, de manera tal que los antiguos teoremas se conviertan en postulados y viceversa.

         Vale decir, la manera referencia a los hechos no basta para decidir qué herramienta, si el análisis o la experiencia, ha de ampliarse para convalidar una proposición: hay que empezar por determinar su status y estructura lógica. En consecuencia, el análisis lógico (tanto sintatico como semántico) es la primera operación que debiera emprenderse al comprobar las hipótesis científicas, sean lácticas o no. Esta norma debiera considerarse como una regla del método científico.
        
         Los enunciados fácticos no analíticos-esto es, las proposiciones referentes a hechos pero indecibles con la sola ayuda de la lógica-tendrán que concordar con los datos empíricos o adaptarse a ellos. Esta norma, que distaba de ser obvia antes del siglo VXII, y que contradice tanto el apriorismo escolástico como el racionalismo cartesiano, es la segunda regla del método científico. Podemos enunciarla de la siguiente manera: el método científico, aplicado a la comprobación de afirmaciones, se reduce al método experimental.

6. El método experimental

         La experiencia involucra la modificación deliberada de algunos factores, es decir, la sujeción del objeto de experimentación a estímulos controlados. Pero lo que habitualmente se llama “método experimental” no envuelve necesariamente experimentos en el sentido estricto del termino, y puede aplicarse fuera del laboratorio. Así, por ejemplo, la astronomía no-experiencia con cuerpos celestes (por el momento) pero es una ciencia empírica porque aplica el método experimental. En lugar de elaborar una definición de este termino, veamos cómo funcionó en un caso famoso tan conocido que casi siempre se lo entiende mal.

         Adams y Le Verrier descubrieron el planeta Neptuno procediendo de una manera que es típica de la ciencia moderna. Sin embargo, no ejecutaron un solo experimento; ni siquiera partieron de “hechos sólidos”. En efecto, el problema que se plantearon fue el de expresar ciertas irregularidades halladas en el movimiento de los planetas exteriores (a la Tierra); pero estas irregularidades no eran fenómenos observables: consistían en discrepancias entre las orbitas observadas y las calculadas. El hecho que debían explicar no era un conjunto de datos de los sentidos, sino un conflicto entre datos empíricos y consecuencias reducidas de los principios de la mecánica celeste.

         La hipótesis que propusieron para explicar la discrepancia fue que un planeta transuriano inobservable perturbaba el movimiento de los planetas exteriores entonces conocidos. También podrían haber imaginado que la ley de Newton de la gravitación falla a grandes distancias, pero esto era apenas conceptible en una época en que la Weltanschauung prevaleciente entre los científicos incluía una fe dogmática en la física newtoniana. De esta hipótesis, unida a los principios aceptados de la mecánica celeste y ciertas suposiciones especificas (referentes, entre otras, al plano de la orbita), Adams y Le Verrier dedujeron consecuencias observables con la sola ayuda de la lógica y de la matemática: predijeron el lugar en que se encontraría el “nuevo” planeta en tal y cual noche. La observación del cielo y el descubrimiento del planeta en el lugar y el momento predichos no fueron sino el último eslabón de un largo proceso por el cual se probaron conjuntamente varias hipótesis.

         No es fácil decidir si una hipótesis concuerda con los hechos. En primer lugar, la verificación empírica rara vez puede determinar cuál de los componentes de una teoría dada ha sido confirmado o disconfirmado habitualmente se prueban sistemas de proposiciones antes que enunciados aislados. Pero la principal dificultad proviene de la generalidad de las hipótesis científicas. La hipótesis de Adam y Le Verrier era general, aun cuando ello no es aparente a primera vista: tácitamente habían supuesto que el planeta existía en todo momento dentro de un largo lapso, y comprobaron la hipótesis tan solo para unos pocos breves intervalos de tiempo. En cambio, las proposiciones lácticas singulares no son tan difíciles de probar. Así, p. ej., no es difícil comprobar si “El Sr. Pérez que es obeso, es cardiaco”; basta una balanza y un estetoscopio. Lo difícil de comprobar son las proposiciones lácticas generales, esto es, los enunciados referentes a clases de hechos y no a hechos singulares. La razón es sencilla: no hay hechos generales, sino tan sólo hechos singulares; por consiguiente, la frase “adecuación de las ideas a los hechos” está fuera de la cuestión en lo que se respecta a las hipótesis científicas.

         Suponemos que se sugiere la hipótesis “Los obesos son cardiacos”, sea por la observación de cierto numero de correlaciones entre la obesidad y las enfermedades del corazón (esto es, por inducción estadística), sea sobre la base del estudio de la función del corazón en la circulación (esto es por deducción). El enunciado general “Los obesos son cardiacos” no se refiere solamente a nuestros conocidos, sino a todos los gordos del mundo; por consiguiente, no podemos esperar verificarlo directamente (esto es, por el examen de un inexistente “gordo  general”) ni exhaustivamente (auscultando a todos los seres humanos presentes, pasados y futuros). La metodología nos dice como debemos proceder, en este caso, examinaremos sucesivamente numerosas personas obesas. Vale decir, probamos una consecuencia particular de nuestra suposición general. Esta es una tercera máxima del método científico: Obsérvense singulares en busca de elementos de prueba de universales.

         Hasta aquí todo parece sencillo; pero  los problemas relacionados con la prueba real distan de ser triviales, y algunos de ellos no han sido resueltos satisfactoriamente. Debemos recurrir a las técnicas del planteo de problemas de este tipo, es decir, a las técnicas de diseño de los procedimientos empíricos adecuados. Esta técnica nos aconseja comenzar por decidir lo que hemos de entender por “obeso” y por “cardiaco” lo que no es en modo alguno tarea sencilla, ya que el umbral de obesidad es en gran medida convencional. O sea debemos empezar por determinar el exacto sentido de nuestra pregunta. Y ésta es una cuarta regla del método científico, a saber: Formúlese preguntas precisas.

         Luego procederemos a elegir la técnica experimental (clase de balanza, tipo  de examen de corazón, etc) y la manera de registrar datos y de ordenarlos. Además, debemos decidir el tamaño de la muestra que habremos de observar y la técnica de escoger sus miembros, con el fin de asegurar que será una fiel representante de la población total. Sólo una vez realizadas estas operaciones preliminares podremos visitar al señor Pérez y a los demás miembros de la muestra, con el fin de reunir datos. Y aquí se nos muestra una quinta regla el método científico. La recolección y el análisis de datos deben hacerse conforme a las reglas de la estadística.

         Después que los datos han sido reunidos, clasificados y analizados, el equipo que tiene a su cargo la investigación podrá realizar una inferencia estadística, concluyendo que “El N% de los obesos son cardiacos”. Más aún, habrá que estimar el error probable de esta afirmación.

         Obsérvese que la hipótesis que había motivado nuestra investigación era un enunciado universal de la forma “Para todo x, si x, es F, entonces x es G.” Por otro lado, el resultado de la investigación es un enunciado estadístico a saber. “De la clase de las persona obesas, una subclase que llega a su n/100 ava parte está compuesta por cardiacos. Esto es, nuestra hipótesis de trabajo ha sido corregida. ¿Debemos contentarnos con esta respuesta? Nos gustaría formular otras preguntas: debemos entender la ley que hemos hallado, nos gustaría deducirla de las leyes de la fisiología humana. Y aquí se aplica una sexta regla del método científico, a saber: No existen respuestas definitivas, y ello simplemente porque no existen preguntas finales.

7. Métodos teóricos

         Toda ciencia fáctica especial elabora sus propias técnicas de verificación, entre ellas las técnicas de medición son típicas de la ciencia moderna. Pero en todos los casos estas técnicas, por diferentes que sean no constituyen fines en si mismos: todas ellas sirven para contrastar ciertas ideas con ciertos hechos por la vía de la experiencia. O, si se prefiere, el objetivo de las técnicas de verificación es probar enunciados referentes a hechos por vía el examen de proposiciones referentes a la experiencia (y, en particular, al experimento). Este es el motivo por el cual los experimentadores no tienen por qué construir cada uno de sus aparatos e instrumentos, pero deben en cambio diseñarlos y/o usarlos a fin de poner a prueba ciertas afirmaciones. Las técnicas especiales, por importantes que sea, no son sino etapas de la aplicación del método experimental, que no es otra cosa que el método científico en relación con la ciencia láctica; y la ciencia, por láctica que sea, no es un montón de hechos sino un sistema de ideas.

         En el párrafo anterior ejemplificamos el método experimental analizando el proceso de verificación que requiera el enunciado “Los obesos son cardiacos”; encontramos que esta hipótesis requería una precisión cuantitativa, y después de una investigación imaginaria adoptamos, en su lugar, cierta generalización empírica del tipo de los enunciados estadísticos. Ahora bien: las generalizaciones empíricas, tan caras a Aristóteles y a Bacon, y aun cuando se las formule en términos estadísticos, no son distintivas de la ciencia moderna. El tipo de hipótesis característicos de la ciencia moderna no es el de los enunciados descriptivos aislados, cuya función principal es resumir experiencias. Lo peculiar de la ciencia moderna es que consiste en su mayor parte en teorías explicativas, es decir, es sistemas de proposiciones que pueden clasificarse en: principios, leyes, definiciones, etc., y que están vinculadas entre sí mediante conectivas lógicas (tales como “y”, “o”, “si...entonces”, etc.). las teorías dan cuenta de los hechos no sólo describiéndolos de manera más o menos exacta, sino también proveyendo modelos conceptuales de los hechos, en cuyos términos puede explicarse y predecirse al menos en principio, cada uno de los hechos de una clase. Las posibilidades de una hipótesis científica no se advierten por entero antes de incorporarlas en una teoría; y es sólo entonces cuando puede encontrársele varios soportes. Al sumergirse en una teoría, el enunciado dado es apoyado-o plastado-por toda la masa de saber disponible; permaneciendo aislado es difícil de confirmar y de refutar y, sobre todo, sigue sin ser entendido.

         La conversión de las generalizaciones empíricas en leyes teorías envuelve trascender la esfera de los fenómenos y el lenguaje observacional: ya que no se trata de hacer afirmaciones acerca de hechos observables, sino de adivinar su “mecanismo” interno (el que, desde luego, no tiene por qué ser mecánico). Supóngase que un psicólogo desea estudiar las correlaciones entre cierto estimulo observables y cierta conducta observable R, que-a modo de ensayo-considera como la respuesta al estimulo dado. Si, después de una sucesión de experimentos, llegara a confirmar su hipótesis de trabajo y deseara trascender las fronteras de la Psicología fenomenista, intentaría elaborar, digamos un modelo neurológico que explicara el nexo S-R en términos fisiológicos. No es tarea fácil: el psicólogo tiene que inventar diversas hipótesis acerca de otros tantos canales nerviosos posibles que conecten los hechos observables extremos, S y R. Analógicamente, los físicos atómicos imaginan diversos mecanismos ocultos que conectan los fenómenos macroscópicos con su soporte microscópico.

         Pero nuestro psicológico no andará de todo a tientas: podrá probar si su conexión concuerda con algunos de los esquemas paviovanos de los reflejos, o con cualquier otro mecanismo. Cada una de sus hipótesis-sea que consistan en suponer que interviene un reflejo innato o condicionado-tendrá que especificar el aparato receptor, el nervio aferente, la estación central, el nervio eferente, el órgano receptor, etc. Más aún sus varia s hipótesis de trabajo tendrán que ser compatibles con el saber más firmemente establecido (aunque no inamovible), y tendrán que ser puestas mediante técnicas especiales (excitación o destrucción de nervios, registro de impulsos nerviosos, etc). Vale la pena emprender esta difícil tarea: la eventual confirmación de una de las hipótesis puestas a prueba no sólo explicará el nexo S-R dado, sino que también lo ubicará en su contexto; además apoyará la hipótesis misma de que tal nexo no es accidental. Pues aunque suene a paradoja, un enunciado fáctico es tanto más fidedigno cuanto mejor está apoyado por consideraciones teóricas.

         Es importante advertir, en efecto, que la experiencia dista de ser el único juez de las teorías lácticas o siquiera el último. Las teorías se contrastan con los hechos y con otras teorías. Por ejemplo, una de las pruebas de la generalización de una teoría dada es averiguar si la nueva teoría se reduce a la vieja dentro de un cierto dominio, de modo tal que cubra por lo menos el mismo grupo de hechos. Más aún, el grado de sustentación o apoyo de las teorías no es idéntico a su grado de confirmación. Las teorías no se construyen ex nihilo, sino sobre ciertas bases; éstas las sostienen antes y después de la prueba; la prueba misma, si tiene éxito, provee los apoyos restantes de la teoría y fija su grado de confirmación. Aún así el grado de confirmación de una teoría no basta para determinar la probabilidad de la misma.

8. En qué se apoya una hipótesis científica

         Una hipótesis científica fáctico no sólo es sostenida por la confirmación empírica de cierto numero de sus consecuencias particulares (p. ej. predicciones). Las hipótesis científicas están incorporadas en teorías o tienden a incorporarse en ellas; y las teorías están relacionadas entre si, constituyendo la totalidad de ellas la cultura intelectual. Por esto, no debería sorprender que las hipótesis científicas tengan soportes no sólo científicos sino también extracientificos; los primeros son empíricos y racionales, los últimos son psicológicos y culturales. Expliquémonos.

         Cuanto más numerosos sean los hechos que confirman una hipótesis, cuanto mayor sea la precisión con que ellas reconstruye los hechos, y cuanto más vastos sean los nuevos territorios que ayuda a explorar, tanto más firme será nuestra creencia en ella, esto es, tanto mayor será la probabilidad que le asignemos. Esto es, esquemáticamente dicho, lo que se entiende por el soporte empírico de las hipótesis lácticas. Pero la experiencia disponible no puede ser considerada como inapelable: en primer lugar, porque nuevas experiencias pueden mostrar la  necesidad de un remedio; en segundo término, porque la experiencia científica no es pura, sino interpretada, y toda interpretación se hace en términos de teorías, motivo por el cual la primera reacción de los científicos experimentados ante informaciones sobre hechos que parecerían trastornar establecidas, es de escepticismo.

         Cuanto más estrecho sea el acuerdo de la hipótesis en cuestión con el conocimiento disponible del mismo orden, tanto más firme es nuestra creencia en ella; semejante concordancia es particularmente valiosa cuando consiste en una compatibilidad con enunciados de leyes. Esto es lo que hemos designado con el nombre de soporte racional de las hipótesis lácticas. Este es¿, dicho sea de pasad, el motivo por el cual la mayoría de los científicos desconfían de los informes acerca de la llamad apercepción extrasensorial, porque los llamados fenómenos psi contradicen el cuerpo de hipótesis psicológicas y fisiológicas bien establecidas. En resumen, las teorías científicas deben adecuarse, sin duda, a los hechos, pero ningún hecho aislado es aceptado en la comunidad de los hechos controlados científicamente a menos que tenga cabida, en alguna parte del edificio teórico establecido. Desde luego el soporte racional no es garantía de verdad; si lo fuera, las teorías lácticas serian invulnerables a la experiencia. Los soportes empíricos y racionales de las hipótesis lácticas son interdependientes.

         En cuanto a los soportes extracientificos de las hipótesis científicas, uno de ellos es de carácter psicológico: influye sobre nuestra elección de las suposiciones y sobre el valor que le asignamos a su concordancia con los hechos. Por ejemplo, los sentimientos estéticos que provocan la simplicidad y la unidad lógica estimulan unas veces y otras obstaculizan la investigación sobre la validez de las teorías. Esto es lo que hemos denominado el soporte psicológico de las hipótesis lácticas; a menudo es oscuro, y no sólo está vinculado a características personales, sino también sociales.

         Lo que hemos llamado soporte cultural de las hipótesis lácticas consiste en su compatibilidad con alguna concepción del mundo y, en particular, con la Zitgeist prevaleciente. Es obvio que tendemos a asignar mayor peso a aquellas hipótesis que congenian con nuestro fondo cultural y, en particular, con  nuestra visión del mundo, que aquellas hipótesis que lo contradicen. La función dual des soporte cultural de las conjeturas científicas se advierte con facilidad: por una parte, no impulsa a poner atención en ciertas clases de hipótesis y hasta intervienen en la sugerencia de las mismas; por otra parte puede impedirnos apreciar otras posibilidades, por los cual puede constituir un factor de obstinación dogmática. La única manera de minimizar este peligro es cobrar conciencia del hecho de que las hipótesis científicas no crecen en un vació cultural.

         Los soportes empíricos y racionales son objetivos, en el sentido de que en principio son susceptibles de ser sopesados y controlados conforme a patrones precisos y formidables. En cambio, los soportes extracientificos son, en gran medida, materia de preferencia individual, de grupo o de época; por consiguiente, no deberían ser decisivos en la etapa de la comprobación, por prominentes que sean en la etapa heurística. Es importante que los científicos sean personas cultas, aunque sólo sea para que adviertan la fuerte presión que ejercen los factores psicológicos y culturales sobre la formulación, elección, investigación y credibilidad de las hipótesis fácticas. La presión, para que bien o mal, es real y nos obliga a tomar partido por una u otra concepción del mundo; es mejor hacerlo conscientemente que inadvertidamente.

         La enumeración anterior de los tipos de soportes de las hipótesis científicas no tenían propósito que mostrar que el método experimental no agota el proceso que conduce a la aceptación de una suposición láctica. Este hecho podría invocarse a favor de las tesis de que la investigación científica es un arte.

9. La ciencia: Técnica y arte

         La investigación científica es legal, pero sus leyes-las reglas del método científico-no son pocas, ni simples, ni infalibles, ni bien conocidas; son, por el contrario, numerosas, complejas, más o menos eficaces, y en parte desconocidas. El arte de formular preguntas y de probar respuestas-esto es, el método científicos es cualquier cosa menos un conjunto de recetas; y menos técnica todavía es la teoría del método científico. La moraleja es inmediata: desconfíese de toda descripción de la vía de la ciencia-y en primer lugar de la presente-pero no se descuide ninguna. La investigación es una empresa multilateral que requiere el más intenso ejercicio de cada una de las facultades psíquicas y que exige un concurso de circunstancias sociales favorables; por este motivo, todo testimonio personal, perteneciente a cualquier periodo, y por parcial que sea, puede echar alguna luz sobre algún aspecto de la investigación.

         A menudo se sostiene que la medicina y otras ciencias aplicadas son artes antes que ciencias, en el sentido de que no pueden ser reducidas a la simple aplicación de un conjunto de reglas que pueden formularse todas explícitamente y que pueden elegirse sin que medie el juicio personal. Sin embargo, en este sentido la física y la matemática también son artes:¿ quién conoce recetas hechas y seguras para encontrar leyes de la naturaleza o adivinar teoremas? Si “arte” significa una feliz conjunción de experiencia, destreza, imaginación, visión y habilidad para realizar inferencias de tipo no analítico, entonces no sólo son artes la medicina, la pesquisa criminal, la estrategia militar, la política y la publicidad, sino también toda otra disciplina. Por consiguiente, no se trata de sí un campo dado de la actividad humana es un arte, sino si, además es científico.

         La ciencia es ciertamente comunicable; si un cuerpo de conocimiento no es comunicable, entonces por definición no es científico. Pero esto se refiere a los resultados de la investigación antes que a las maneras en que éstos se obtienen; la comunicabilidad no implica que el método científico y las técnicas de las diversas ciencias especiales puedan aprenderse en los libros: los procedimientos de la investigación se dominan investigando, y los metacientificos debieran por ello practicarlos antes de emprender su análisis. No se sabe de obra maestra alguna de la ciencia que haya sido engendradas por la aplicación consciente y escrupulosa de las reglas conocidas del método científico; la investigación científica es practicada en gran parte como un arte no tanto porque carezca de reglas cuanto porque algunas de ellas se dan por sabidas, y no porque requieran una intuición innata cuanto porque exige una gran variedad de disposiciones intelectuales. Como toda otra experiencia, la investigación puede ser comprendida por otros pero no es íntegramente transferible; hay que pagar por ella el precio de un gran numero de errores, y por cierto que al contado. Por consiguiente, los escritos sobre le método científico pueden iluminar el camino de la ciencia, pero no pueden exhibir toda su riqueza, y sobre todo, no son un sustituto de la investigación misma, del mismo modo que ninguna biblioteca sobre botánica puede reemplazar a la contemplación de la naturaleza aunque hace posible que la contemplación sea más provechosa.

10. La pauta de la investigación científica

         La variedad de habilidades y de información que exige el tratamiento científico de los problemas ayuda a explicar la extremada división del trabajo prevaleciente en la ciencia contemporánea, en la que encuentra lugar toda capacidad natural y toda habilidad adquirida. Es posible apreciar esta variedad exponiendo la pauta general de la investigación científica. Creo que esta pauta-o sea, el método científico- es, a grandes líneas, la siguiente:

1.     Planteo del problema

1.1.         Reconocimiento de los hechos: examen del grupo de hechos, clasificación preliminar y selección de los que probablemente sea relevantes en algún respecto.
1.2.         descubrimiento del problema: hallazgo de la laguna o de las incoherencias en el cuerpo del saber.
1.3.         Formulación del problema: planteo de una pregunta que tiene probabilidad de ser la correcta; esto es, reducción del problema a su núcleo significativo, probablemente soluble y probablemente fructífero, con ayuda del conocimiento disponible.
2.      Construcción de un modelo teórico

2.1.         Selección de los factores pertinentes: invención de suposiciones plausibles relativas a las variables que probablemente son pertinentes.
2.2.         Invención de las hipótesis centrales y de las suposiciones auxiliares: propuestas de un conjunto de disposiciones concernientes a los nexos entre las variables pertinentes, p. ej. formulación de enunciados de ley que se espera puedan amoldarse a los hechos observados.
2.3.         Traducción matemática: cuando sea posible traducción de las hipótesis, o parte de ellas, a alguno de los lenguajes matemáticos.

3.      Deducción de consecuencias particulares

3.1.         Búsqueda de soportes racionales: deducción de consecuencias particulares que pueden haber sido verificadas en el mismo campo o en campos contiguos.
3.2.         Búsqueda de soportes empíricos: elaboración de predicciones (o retrodicciones) sobre la base del modelo teórico o de otros datos empíricos, teniendo en vista técnicas de verificación disponibles o concebibles.

4. Pruebas de las hipótesis

4.1.   Diseño de la prueba; planteamiento de los medios para poner a prueba las predicciones; diseño de observaciones, mediciones, experimentos y demás operaciones instrumentales.
4.2.         Ejecución de la prueba: realización de las operaciones y recolección de datos.
4.3.         Elaboración de los datos; clasificación, análisis, evaluación, reducción, etc., de los datos empíricos.
4.4.         Interferencia de la conclusión: interpretación de los datos elaborados a la luz del modelo teórico.

5.     Introducción de las conclusiones en la teoría

5.1.            Comparación de las conclusiones con las predicciones: contraste de los resultados de la prueba con las consecuencias del modelo teórico, precisando en qué medida este pueda considerarse confirmado o discomfirmado (inferencia probable).
5.2.            Reajuste del modelo: eventual corrección do aún reemplazo del modelo.
5.3.            Sugerencias acerca del trabajo ulterior: búsqueda de lagunas o errores en la teoría y/o los procedimientos empíricos, si el modelo ha sido disconfirmado; si ha sido confirmado, examen de posibles extensiones y de posibles consecuencias en otros departamentos del saber.

11. Extensibilidad del modelo científico

         Para elaborar conocimiento físico no se conoce mejor camino que el de la ciencia. El método de la ciencia no es, por cierto, seguro; pero es intrínsicamente progresivo, porque es auto correctivo: exige la continua comprobación de los puntos de partida, y requiere que todo resultado sea considerado como fuente de nuevas preguntas. Llamemos filosofía científica a la clase de concepciones filosóficas que aceptan el método de la ciencia como la manera que nos permite: a) plantear cuestiones lácticas razonables (esto es, preguntas que son significativas, no triviales, y que probablemente pueden ser respondidas dentro de una teoría existente o concebible), y b) probar respuestas probables en todos los campos especiales del conocimiento.

         No debe confundirse la filosofía científica con el cientificismo en cualquiera de sus dos versiones: el enciclopedismo científico y el reduccionista naturalista. El enciclopedismo científico pretende que la única tarea de la ciencia, elaborando una imagen unificada de los mismos, y preferiblemente formulándonos todos en un único lenguaje (p. ej., el de la física). En cambio, la filosofía, científica o no, analiza lo que se le presenta y, a partir de este material, construye de teorías; la filosofía será científica en la medida en que elabore de manera racional los materiales previamente elaborados por la ciencia. Así es como puede entenderse la extensión del método científico al trabajo filosófico.

         En cuanto al cientificismo concebido como reduccionimso naturista-y que a veces se superpone con el enciclopedismo científico, como ocurre en el físicalismo-puede describirse como una tentativa de resolver toda suerte de problemas con ayuda de las técnicas creadas por las ciencias naturales, desdeñando las cualidades especificas irreductibles, de cada nivel de la realidad. El cientifismo radical de esta especie sostendría, por ejemplo, que la sociedad no es más que un sistema físico-químico (o, a lo sumo, biológico) de donde los fenómenos sociales debieran estudiarse exclusivamente mediante la ayuda de metros, relojes, balanzas y otros instrumentos de la misma clase. En cambio, la filosofía científica favorece la elaboración de técnicas especificas en cada campo, con la única condición de que estas técnicas cumplan las exigencias esenciales del método científico en lo que respecta a las preguntas y a las pruebas. De esta manera es como puede entenderse la extensión del método científico a todos los campos especiales del conocimiento.

         Pero también debiera emplearse el método de la ciencia en las ciencias aplicadas y, en general, en toda empresa humana en la que la razón haya de casarse con la experiencia; vale decir, en todos los campos excepto en arte, religión y amor. Una adquisición reciente del método científico es la investigación operativa (operations research), esto es, el conjunto de procedimientos mediante los cuales los dirigentes de empresas pueden obtener un fundamento cuantitativo para tomar decisiones, y los administradores pueden adquirir ideas para mejorar la eficiencia de la organización.10 Pero, desde luego, la extensión del método científico a las cosas humanas esta aún en su infancia. Pídasele a un político que pruebe sus afirmaciones, no recurriendo a citas y discursos, sino confrontándolas con hechos verificables (tal como se recogen y elaboran, p. ej. con ayuda de las técnicas estadísticas). Si es honesto, cosa que puede suceder, o bien a) admitirá que no entiende la pregunta, o b) concederá que todas sus creencias son, en el mejor de los casos, enunciados probables, ya que sólo pueden ser probados imperfectamente, o c) llegará a la conclusión de que muchas de sus hipótesis favoritas (principios, máximas, consignas) tienen necesidad urgente de reparación. En este último caso puede terminar por admitir que una de las virtudes del método de la ciencia es que facilita la regulación o readaptación de las ideas generales que guían (o justifican) nuestra conducta consciente, de manera tal que ésta pueda corregirse con el fin de mejorar los resultados.

         Desgraciadamente, la cientificación de la política la haría más eficaz, pero no necesariamente mejor, porque el método puede dar forma y no el contenido; y el contenido de la política está determinado por intereses que o son primordialmente culturales o éticos, sino materiales.






Por esto, una política, puede dirigir a favor o en contra de cualquier grupo social: los objetivos de la estrategia política, así como los de la investigación científica aplicada, no son fijados por patrones científicos, sino por intereses sociales. Esto muestra a la vez el alcance y los limites del método científico: por una parte, pude producirse saber, eficiencia y poder, por otra, este saber, esta eficiencia y este poder pueden usarse para bien o para mal, para liberar o para esclavizar.

12. El método científico: ¿un dogma más?

         ¿Es dogmático favorecer la extensión del método científico a todos los campos del pensamiento y de la acción consciente? Planteamos la cuestión en términos de conducta. El dogmático vuelve eternamente a sus escrituras, sagradas o profanas, en búsqueda de la verdad; la realidad le quemaría los papeles en los que imagina que está enterrada: por esto elude el contacto con los hechos. En cambio, para el partidario de la filosofía científica todo es problemático: todo conocimiento fáctico es falible (pero perfectible), y aun las estructuras formales pueden reagruparse de manera más económica y racionales; más aún, el propio método de la ciencia será considerado por él como perceptible, como lo muestra la reciente incorporación de conceptos y técnicas estadísticas. Por consiguiente, el partidario del método científico no se apegará obstinadamente al saber, ni siquiera a los medios consagrados para adquirir conocimiento, sino que adoptará una actitud investigadora; se esforzará por aumentar y renovar sus contactos con los hechos y el almacén de las ideas mediante las cuales los hechos pueden entenderse, controlarse y a veces reproducirse.

         No se conoce otro remedio eficaz contra la fosilización del dogma-religioso, político, filosófico o científico-que el método científico, porque es el único procedimiento que no pretende dar resultados definitivos. El creyente busca la paz en la aquiescencia; el investigador, en cambio, no encuentra paz fuera de la investigación y de la disensión: está en continuo conflicto consigo mismo, puesto que la exigencia de buscar conocimiento verificable implica un continuo inventar, probar, y criticar hipótesis. Afirmar y asentir es más fácil que probar y disentir; por esto hay más creyentes que sabios, y por esto, aunque el método científico es opuesto al dogma, ningún científico y ningún filosofo científico debiera tener la plena seguridad de que han evitado todo dogma.

         De acuerdo con la filosofía científica, el peso de los enunciados-y por consiguiente su credibilidad y su eventual eficacia práctica-depende de su grado de sustentación y de confirmación. Sí, como estimaba, Demócrito, una sola demostración vale más que el reino de los persas, puede calcularse el valor del método científico en los tiempos modernos. Quienes lo ignoran íntegramente no pueden llamarse modernos; y quienes lo desdeñan se exponen a no ser veraces ni eficaces.

Cuestionario sobre Bunge

1.     ¿Cuáles son las 12 reglas para el planteo de problemas?
2.     ¿Qué variaciones presentan respecto a las reglas enunciadas pro De Gortari?
3.     ¿Qué características observa la localización del problema en las disciplinas jóvenes?
4.     ¿Qué dificultades presenta la simplificación de problemas?
5.     ¿Cuales son las fases de la investigación científica según unge?
6.     ¿Cómo define Bunge el conocimiento fáctico?
7.     ¿Qué diferencias establece el autor entre variedad y verificabilidad?
8.     ¿Cuál es su concepción de hipótesis y teoría?
9.     ¿Cuáles son las características de la investigación científica?
10.                       ¿Qué procedimientos existen para la construcción de hipótesis?
11.                       ¿Cómo define el método?
12.                       ¿Qué diferencias establece entre método y teoría?
13.                       ¿Qué es el análisis lógico y qué el método experimental?
14.                       ¿Qué es el método teórico?
15.                       ¿Cuáles son los soportes, empíricos de las hipótesis?
16.                       ¿Cuáles son los soportes extra científicos?
¿Cuáles son las pautas de la investiga


[1] G. Boccaccio, “Vita di Dante”, en II comento a la Divina Comedia e gli altri scritti in torno a Dante, (Bari, Laterza, 1918), I p. 37.

[2]  D. Hume,  A.Treatise of Human Nature, (London, Everyman, 1911), I, p. 105.

3 Aristóteles, Analíticos Posteriores, Libro II, cap. XIX, 110 b
4 W. James, Pragmatism (N. York, Meridian Books, 1953) p. 134.
5 P. W. Bridgman, Reflection of a Physicist (N. York. Philosophical Library. 1955) P. 83
6 C. Huyghens, Traité de la Inmiére (París, Gauthier-Villars, 1920), p.5
7 J.C. Maxwell, A. Treatise of Electricity and Magnetism, 3a Ed. (Oxford, University Press, 1937), II. Oo. 434 y ss.
8 Véase, p. ej. S.F. Mason. A History of the Sciences (London, Routledge & Kegan Paul, 1953), p. 386.
9 D. Bohm. “A propesed Explanation of Quantum Theory in Terms of Hidden Variables at a Sub-Quantum Mechanical Level”, en Colston Papers (London, Butterworths Scientific Publications. (1957), IX, p.34-Vease P.M.Morse y G.E.Kimball, Methods of Operations Researchs, ed.rev. (Cambridge, Mass., The Technology Press of Massachusetts Institute of Technology; N.York, John Wiley & Sons, 1951).
10 Vease P.M. Morse y G.ER. Kimball, Methods of  Operations Research, ed.rev. (Cambridge; Mass., The Technology Press of Massachusetts Institute of Technology; N. York, John & Sons, 1951.